Unos meses de mi vida, de Michel Houellebecq

 

El suceso más mediático, pero no el más grave, de mi último trimestre de 2022 fue la polémica que suscitó mi entrevista con Michel Onfray en el número especial de la revista Front Populaire. Tiendo a ver en ella, más que una controversia de serias implicaciones, un avatar de mis sempiternos berrinches con los musulmanes. Empleo adrede esta palabra infantil para subrayar ante todo lo estúpidas que son estas disputas, estupidez, no vacilo en confesar, de la que en gran medida soy responsable.
Es particularmente cierto en el primer episodio, que dio lugar a un juicio en 2002, el año siguiente de la publicación de
Plataforma, a raíz de una entrevista en la revista Lire. Es innegable que soy el principal culpable, de algunas de mis frases emana una agresividad que en la práctica nunca llego a sentir, pero perseguirme por «incitación al odio racial» tampoco era muy pertinente. Era innecesariamente ofensivo, y sobre todo estaba totalmente fuera de lugar. Como todo el mundo sabe, el islam no es una raza, sino una religión practicada en las cuatro esquinas del mundo por los grupos étnicos más diversos.

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El año 2022 terminó mal para mí. Los dos últimos días que pasé en Ámsterdam, a pesar del encanto de la ciudad y el interés de sus museos, incluso a pesar de E. (una E. asiática que apareció por arte de magia, y setenta y tres veces más atractiva que la Pava), no habían conseguido borrar los dos últimos días en compañía de la Cucaracha.

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Hasta mi regreso a París, el 31 de enero, no entré de verdad en el infierno. Hoy sigo en él; es un infierno múltiple.



[Anagrama. Traducción de Jaime Zulaika]

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