Rastros de carmín, de Greil Marcus



Éste es, probablemente (y con el permiso de Mystery Train, que aún no he leído), el libro más mítico de Greil Marcus. Imagino que la edición ya está agotada desde hace tiempo: yo tuve suerte porque lo compré hace unos cuantos años y lo puse en espera.

Greil Marcus arranca con su análisis sobre Sex Pistols y su irrupción en el panorama musical, por aquel entonces algo adormecido. Y es que la primera vez que uno escucha a los Sex Pistols se queda en shock, al menos a mí me sucedió y fui pitando a comprarme el "Never Mind The Bollocks". Marcus parte de ese hito de la música punk, pero retrocede para buscar las posibles conexiones y paralelismos entre esta rompedora banda y el dadaísmo, la Internacional Letrista, la Internacional Situacionista, los acontecimientos de mayo del 68, el pop, el nihilismo…, creando vínculos inesperados entre el punk y las vanguardias. Exhaustivo (en algunos tramos se nota la densidad, sobre todo cuando lo acompaña de citas de ensayistas y filósofos) y siempre sorprendente, es sin duda un libro legendario, del que había oído y leído maravillas. Seguro que en Anagrama lo reeditan un día de éstos. Aquí van unos extractos: 

En la cultura, la cuestión de la ascendencia resulta espuria. Toda nueva manifestación cultural reescribe el pasado, convierte a los antiguos malditos en nuevos héroes y a los viejos héroes en individuos que jamás debieron haber nacido. Nuevos actores limpian el pasado para los antepasados, pues la ascendencia es legitimidad y la novedad es duda, aunque en todas las épocas emergen del pasado actores olvidados, no como ancestros, sino como amigos íntimos. En la Norteamérica literaria de los años veinte estaba Herman Melville; en el rock'n'roll de los sesenta estaba el bluesman del Mississippi Robert Johnson, que cantaba en los años treinta; en la entrópica cultura occidental de los años setenta se encontraba el rotundo ensayista alemán Walter Benjamin, de los años veinte y treinta. En 1976 y 1977, y en años subsiguientes, simbólicamente reconvertidos por los Sex Pistols, había quizá dadaístas, letristas, situacionistas y varios herejes medievales.

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Si uno era capaz de detenerse a mirar el pasado y comenzar a escucharlo, entonces podría oír ecos de una nueva conversación; de este modo, la tarea del crítico sería conseguir que oradores y oyentes totalmente ignorantes los unos de la existencia de los otros llegasen a hablar entre sí. La labor del crítico sería mantener la capacidad de sorpresa ante el derrotero que tomase la conversación, y comunicar esa sensación a otras personas, porque una vida llena de sorpresas es mejor que una vida sin ellas.

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Los punks no eran sólo gente guapa que se convertía en fea, como las Slits o Gaye, el bajista de los Adverts. Eran gordos, anoréxicos, cubiertos de pústulas, de acné, tartamudos, cojos, gente con cicatrices y heridas, y lo que su nueva decoración subrayaba era el fracaso ya grabado en sus caras.

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Toda autoridad se derrumbaba, lo cual significaba que todo era posible, que cualquiera podía ser tiroteado en cualquier calle.

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Todo aquel que esté mínimamente familiarizado con la historia de las vanguardias sabrá que nada es más fácil que provocar un alboroto mediante una supuesta afirmación artística.


[Anagrama. Traducción de Damián Alou]

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