El hombre de la bata roja, de Julian Barnes

 

 

¿Es injusto empezar por la bata, en vez de por el hombre que la lleva? Pero la bata, o más bien su representación, es como recordamos hoy al hombre, si es que lo recordamos. ¿Cómo se habría sentido a este respecto? ¿Aliviado, divertido, una pizca insultado? Depende de cómo interpretemos su carácter desde nuestra distancia.

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El arte dura más que el capricho individual, el orgullo familiar, la ortodoxia social; el arte siempre tiene al tiempo de su parte.

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Un dandi necesita los ojos de los demás del mismo modo que un gran orador necesita oyentes.

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Hay un momento en que se produce un cambio en la naturaleza de la fama literaria. Hasta entonces, un escritor famoso era un escritor que se hacía famoso escribiendo. Wilde fue el primero en concebir la idea de hacerse famoso antes y ponerse a escribir después. Hacia finales de 1882 solo era “aún” un poeta menor y un conferenciante asiduo. Pero también era famoso en dos continentes y en consecuencia estaba en el mejor momento para una carrera literaria.

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Mi primer encuentro con el doctor Pozzi ocurrió por medio de la formidable imagen de Sargent. La etiqueta en la pared me informó de que era ginecólogo. No me había topado con él en mis lecturas sobre el siglo XIX francés. Después vi en una revista de arte que “no solo era el padre de la ginecología francesa, sino también un incorregible adicto al sexo que habitualmente intentaba seducir a sus pacientes femeninas”. Me intrigó esta evidente paradoja: el médico que ayuda a las mujeres pero también las explota. El hombre de ciencia que proporciona consuelo y alivio del dolor físico y mental y cuyas técnicas innovadoras salvaban vidas femeninas, que auxiliaba a un mayor número de pacientes pobres que ricas, pero que en su vida privada se comportaba como una caricatura de un francés refinado.

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¿Qué induce al presente a tener ese afán de juzgar el pasado? Siempre hay neurosis en el presente, que se cree superior al pasado, pero no logra deshacerse de la persistente inquietud de que pudiera no serlo. Y por detrás de esto asoma otra pregunta: ¿con qué autoridad lo juzgamos? Somos el presente, existe el pasado: a la mayoría esto suele bastarnos. Y cuanto más retrocede el pasado, tanto más atractivo se vuelve simplificarlo. Por grave que sea nuestra acusación, nunca contesta, permanece en silencio.  



[Anagrama. Traducción de Jaime Zulaika]

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