América, de Manuel Vilas


No sé dónde están los otros lagos, estarán por ahí, imagino. Tendría que buscarlos, pero me da pereza. La pereza del turista. El turista quiere verlo todo, y se cansa, y entonces se malhumora. Y comprende una cosa que tiene un lado sombrío: el mundo es inabarcable, y exige, para su contemplación, la entrega de tu vida entera; eso hacían los románticos del siglo XIX. Pero nosotros solo somos turistas que queremos verlo todo en una semana, y eso es un insulto a la belleza de la tierra.

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Parecemos una fraternidad de exconvictos, un comando de zombis, un suburbio de la democracia, un desagüe de la Casa Blanca. No sé cómo esta gente puede votar a Hillary Clinton o a Donald Trump, de repente me parece que este comando de zombis no tiene representación política posible. Tal vez no voten. Tal vez se abstengan. Tal vez no hayan votado nunca. Tal vez no sepan ni que viven en una democracia. No creo ni que sepan que su vida ocurre en un espacio político, y eso casi es envidiable. No se pensarán a sí mismos como ciudadanos que son capaces de apoyar o derrocar a un candidato.

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Cuando estás en Estados Unidos, la sensación de que vives dentro de una película que ya has visto no te abandona nunca.

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Siempre pasa eso en Estados Unidos, que todo acaba siendo más barato, y entonces te paras a pensar que por qué demonios todo es más caro y peor en España, y de ahí pasas a otro pensamiento más rabioso, ese que interroga sobre quiénes son los malnacidos que se están quedando la pasta, ese es el problema de España: ¿dónde está la pasta?

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Todos los que cumplimos años sabemos la dificultad que entraña recordar, condensar en una sola persona lo que se fue con lo que se es ahora.

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Todo escritor necesita un poco de cariño. La historia de la literatura es la historia de las humillaciones infligidas a los escritores. Mi historia como escritor es una contabilidad o una notaría de humillaciones, de penurias, de rechazos y de desprecios innecesarios. Escribir fue el oficio equivocado, pero te das cuenta tarde.

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Los escritores siempre han sido y serán así: les puede la envidia, la vanidad, la ambición indeterminada; y la envidia y la vanidad y la ambición son los motores de la literatura.
Escribir es un oficio duro, pudre a los hombres.

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Cuando un escritor siente que ha fracasado, el demonio le come el corazón. Los escritores codician, codician más vida de la que cabe en la vida, y se vuelven entonces vulnerables.


[Círculo de Tiza]

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