Jakob von Gunten, de Robert Walser

 

 

Me divierte ver un poquito furiosa a la gente que quiero. Nada me es más agradable que dar una imagen totalmente falsa de mí mismo a quienes ocupan un lugar en mi corazón. Tal vez sea injusto, pero también audaz y, por ende, decoroso. Por lo demás, en mi caso hay también cierta morbosidad, lo reconozco. Así, por ejemplo, cuando creo que es indeciblemente hermoso morir con el convencimiento, terrible, de haber ofendido a los que más quiero en el mundo, dejándoles las peores opiniones sobre mi persona. Es algo que nadie podrá comprender, o acaso sólo quien logre sentir, a través de la obstinación, el estremecimiento que produce la belleza.

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La prohibición de hacer algo resulta a veces tan atractiva que no se puede por menos que hacerlo. Por eso me agradan tanto las coacciones de cualquier tipo: consienten el placer de transgredir la ley. Si en este mundo no hubiera ningún mandamiento, ningún deber, me moriría, me consumiría, me anquilosaría de aburrimiento. Necesito vivir espoleado, forzado, sujeto a tutela. Es algo que me fascina. Al final soy yo, y nadie más que yo, quien decide.

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Es curioso el placer que siento al provocar estallidos de ira en los que ejercen el poder.

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En realidad, los que se esfuerzan por tener éxito en el mundo se asemejan terriblemente unos a otros. Todos tienen en común cierta afabilidad fugaz y evanescente, y es el desasosiego, creo yo, lo que domina a esa gente. Se desentienden rápidamente de las cosas y personas conocidas, sólo para poder atender, al minuto siguiente, aquellas novedades que también parecen exigir su atención. A nadie desprecian estas almas buenas; aunque sí, tal vez lo desprecien todo, pero no pueden dejarlo entrever por temor a cometer, de buenas a primeras, alguna imprudencia. Son amables por melancolía y simpáticos pos desasosiego. Y además cada cual quiere sentir estima por sí mismo.

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A menudo tengo la sensación de sufrir una derrota interior enorme.

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Usted ha sido para mí la salud corporal. Cuando leía un libro, era a usted a quien leía, no el libro: usted era el libro. De veras. De veras.


[DeBolsillo. Traducción de Juan José del Solar]


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