Un mundo devastado, de Brian Aldiss



Dicen que un libro siempre te lleva a otro. Yo llegué a Robert Smithson (de quien colgué aquí, hace algunas semanas, varios extractos maravillosos de su Selección de escritos) porque Agustín Fernández Mallo lo ha mencionado en varios textos y fue él quien me puso tras su pista. Y en Smithson encontré una referencia a esta novela de Brian Aldiss de la que nunca había oído hablar (el título original, Earthworks, es bastante importante dentro de la obra de Smithson). Ya había leído algún relato de Aldiss, pero jamás una novela, una historia larga. Quizá no llegue a los niveles de J. G. Ballard, para mí el número 1, pero esta distopía contiene ideas y pasajes fabulosos. Aquí van unos extractos:

El muerto iba a la deriva, arrastrado por la brisa. Caminaba erguido sobre sus piernas traseras, igual a una cabra amaestrada, como lo había hecho en vida; nada impropio, salvo que en su vida nunca había llegado tan lejos fuera del alcance de toda ideología, nacionalidad, pena o inspiración. Unas pocas moscas enormes seguían con él a pesar de que estaba lejos de tierra; viajaba a poca altura sobre la superficie complaciente del Atlántico Sur. Las olas salpicaban a veces los flecos de sus pantalones blancos de seda: había sido un hombre rico, en la época en que los ricos importaban.
Venía hacia mí a velocidad uniforme, de África.

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El día que llegó este nuevo muerto las cosas me iban mal. Mi nave, el Estrella de Trieste, se aproximaba a su destino, la Costa de los Esqueletos, en África, pero como acostumbraba a suceder en los últimos días de esos largos viajes, la escasa tripulación humana había desembocado en una especie de mermelada de relaciones, y no cesábamos de sofocarnos unos a otros en el amor y en la furia, en la enfermedad y la familiaridad. Hace tanto tiempo de eso, que recordarlo y describirlo es como tratar de imaginarse en el fondo de una mina de hulla. En esos días sufría aún mis alucinaciones.


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Se necesita valor para escribir, y el valor crece más con el ejemplo propio que con el ajeno. Se necesita valor porque escribir es confesar, y mi mayor confesión debe aparecer en esta parte del relato. Amé a los Viajeros, pero traicioné a Jess. Asimismo, he recuperado el sentimiento de la escritura; he logrado una especie de resurrección de esta antigua forma artística; ¡disposiciones sintácticas, mecanismos semánticos, venid todos en mi ayuda, permitidme expresar mis pensamientos a nadie! O quizá después de esta guerra los restos de la humanidad volverán a confinar su lenguaje en el papel, y así volverán a aprender a leer. (Por supuesto, en mi corazón albergo esta esperanza.)


[Edhasa. Traducción de César Aira] 

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