Misterio y maneras, de Flannery O’Connor

 

 

El escritor puede elegir sobre qué quiere escribir, pero no lo que puede hacer vivir.

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El novelista no debe caracterizarse por su función, sino por su visión, y debemos recordar que esta visión ha de transmitirse, y que las limitaciones y puntos ciegos de su público afectarán, sin la menor duda, a su forma de poder mostrar lo que ve. Esto también acentúa la tendencia de la literatura a lo grotesco en nuestros días.
Los escritores que hablan en nombre de su época y conforme a ella pueden hablar con muchísima más facilidad y gracia que los que hablan contra las actitudes dominantes. Una vez recibí una carta de una anciana de California en la que me comunicaba que cuando el cansado lector llega por la noche a su casa, desea leer algo que le alegre el corazón. Y parece que ninguna de mis obras le había alegrado el corazón. Creo que si hubiese tenido el corazón en su sitio se le habría alegrado.  

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Sé de sobra que de entre quienes parecen tener interés en escribir, hay muy pocos a los que les interesa hacerlo bien. Les interesa publicar algo, y si es posible, forrarse en dos días. Les interesa ser escritores, no escribir. Les interesa ver sus nombres en letra impresa, no importa dónde. Y según parece, creen que eso se puede lograr aprendiendo ciertas cosas sobre los hábitos de trabajo, el mercado y los temas aceptables hoy.

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Creo que es verdad que en nuestros días resulta más lucrativo escribir obras lamentables que escribir bien. Hay algunos casos en los que bastaría aprender a escribir lo suficientemente mal para poder ganar un montón de dinero.

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La cuestión es que los materiales del escritor son los más humildes. La literatura trata de todo lo humano y nosotros estamos hechos de polvo, y si despreciáis mancharos de polvo, entonces no deberíais intentar escribir. No es un trabajo lo bastante grande para vosotros.
Pues bien, cuando el escritor finalmente se mete esta idea en la cabeza y la incorpora a sus hábitos, empieza a darse cuenta de lo duro que es escribir una obra literaria.

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Algunos tienen la idea de que se lee la historia, y luego se sale de ella para entrar en el significado. Pero, para el escritor, la historia en su conjunto es el significado, porque es una experiencia, no una abstracción.

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En realidad, la obra de arte existe al margen del autor desde el momento en que las palabras pasan al papel, y cuanto más completa sea la obra, menos importa quién la escribió y por qué. Si se estudia literatura, se tienen que buscar las intenciones del escritor en la obra, no en su vida.

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El cometido de todo escritor es empujar su talento hasta sus límites más extremos, pero entendiendo por esto los límites más extremos propios del talento que posee.

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Actualmente hay una notable tendencia a querer que todo el mundo escriba exactamente como todos los demás, que todos vean y muestren las mismas cosas de la misma forma al mismo público indiferenciado. Pero el escritor, si quiere hacer el mejor uso posible del talento que le ha sido dado, debe escribir a su propio nivel intelectual. Cualquier otra cosa no sería sino enterrar su talento. Esto no quiere decir que, dentro de sus limitaciones, no deba intentar llegar al mayor número posible de lectores, sino que no debe rebajar sus criterios para lograrlo.

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Cuesta mucho hacer entender a la gente que no se dedica a escribir que tener talento para la escritura no significa tener talento para escribir cualquier cosa.



[Ediciones Encuentro. Traducción de Esther Navío]

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