No estaba escribiendo porque, bueno, no tenía nada que decir.
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A algunos escritores los envían a Afganistán, Darfur o Bagdad. Sin embargo, a mí me envían a la meca de la moda de Nueva York para que coma en restaurantes de lujo y vea a chicas guapas. ¿Qué dice esto sobre mí como escritor? ¿Y como ser humano? Esto no puede ser bueno. Probablemente lo que quiere decir es que soy un payaso, un idiota y un superficial, que no puedo ocuparme de las cosas de verdad, de los encargos de verdad y, por desgracia, es cierto. Soy débil.
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Kierkegaard escribió, más o menos, que había tres estadios del ser: el estético, el ético y el religioso. En el modo estético, bebes y follas lo máximo posible. Aunque, en algún momento, de acuerdo con Kierkegaard, eso se agota, así que tratas de volverte responsable y entrar en el modo ético: bebes menos y follas menos. Algunos lo llaman matrimonio o mediana edad. Pero entonces eso se agota y llega la angustia –esa sensación de estar abrumado por la vida– y, para seguir adelante y no suicidarte, das un salto de fe hacia lo espiritual.
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En América queremos vivir en parques temáticos y series de televisión. ¿Por qué? Porque no queremos una vida real. La vida real significa dolor. Significa impuestos, ETS, envejecer, mal aliento, impotencia, tráfico y la pérdida de los seres queridos. No es de extrañar que deseemos que la vida sea Sexo en Nueva York y Disneyland.
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Me encantan los brazos de las mujeres y, sobre todo, las axilas. Por alguna razón, a medida que me he ido haciendo mayor cada vez me he ido obsesionando más con lamer las axilas de las mujeres, ese lugar tan secreto, como si fueran otro coño o algo así. Debo de estar perdiendo la cabeza.
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Yo tengo cuarenta y dos pero soy un niño. No me siento como un hombre. Eso es porque soy americano y escritor. Nunca he tenido dinero. Vivir medio arruinado durante veinte años retarda el crecimiento. Nunca eres tú mismo. Siempre estás esperando madurar, pero nunca lo haces.
[Principal de los Libros. Traducción de Azahara Martín]