Meditaciones de cine, de Quentin Tarantino

 

 

Tenía tantas ganas de leer Cinema Speculation, título original de este libro, que lo he dosificado para que me durase alrededor de un mes: leyendo en torno a un texto cada noche laborable. Además es un conjunto de ensayos que requieren una lectura lenta, sin prisas, porque, aunque el director analiza unas pocas películas, también es cierto que cita muchísimas obras y no todos hemos visto la suma de títulos citados (incluso aunque hayamos visto la mayoría, Tarantino nos lleva la delantera). Para recuperar unas cuantas películas (por ejemplo: Sisters, Rolling Thunder o Daisy Miller), me sirvió de ayuda el canal temático de Movistar titulado Universo Tarantino, aunque sólo duraba un mes y no me dio tiempo a ver todo su repertorio.

Como su título original indica, más que meditar Tarantino se dedica a especular. Por ejemplo: ¿cómo hubiera sido Taxi Driver de haberla dirigido Brian De Palma? Se recogen aquí análisis de largometrajes rodados en los años 70 (con dos excepciones: la primera y la última película del libro datan del 68 y del 81) porque Tarantino tiene predilección por el cine de esa década: ¿y qué cinéfilo en su sano juicio no? Fue una época totalmente opuesta a la que estamos viviendo ahora: había más libertad en las artes, en las opiniones, se rodaba cine comercial que hoy no se podría rodar. Incluso las películas flojas eran potentes, impactantes, con un pulso cinematográfico y un ritmo que se han perdido (o casi: sobreviven algunos maestros que tratan de hacerlas como entonces, y Tarantino es uno de ellos).

En esos análisis y especulaciones no se limita a alabar las películas elegidas. Señala tanto los aciertos como los errores (según su muy particular opinión, of course: no siempre está uno de acuerdo con sus veredictos). Lo esencial es que las ha escogido porque le impactaron lo suficiente para que dejasen huella en su propia obra. También porque son películas con las que sus directores dieron un giro: por utilizar a un personaje que hasta entonces era inusual, por contratar a un actor que dio otro enfoque al cine policiaco, porque el director aplicaba la comedia a una novela clásica y en teoría rígida, porque marcaron tendencia… La mayoría son duras, violentas, en torno a policías, a delincuentes, a hombres vengativos dispuestos a cualquier cosa con tal de saldar sus deudas, a presidiarios y a fugitivos.

Antes de los análisis comienza con un capítulo autobiográfico en el que señala su deuda con su madre, que le llevaba a los cines de barrio a ver películas muy diversas (tanto para todos los públicos como no aptas para menores), comenzando así su pasión y su adiestramiento. Y termina con otra deuda: la de un amigo de su madre, un hombre negro que le acompañó a los cines durante un año y medio. El conjunto de textos es espectacular porque Tarantino, además de controlar los ámbitos cinematográficos (cada capítulo está surtido de anécdotas históricas, de lecturas, de charlas y entrevistas con algunos de los cineastas mencionados), domina la narrativa, sabe cómo contar y cómo embrujarnos cada vez que empieza una frase. Así comienza:

A finales de los años sesenta y principios de los setenta, el Tiffany Theater contaba con un bien cultural inmueble por el que se distinguía de los demás grandes cines de Hollywood. Para empezar, no estaba situado en Hollywood Boulevard. A excepción del Cinerama Dome, de la cadena Pacific Theatres, que se alzaba imponente en la esquina de Sunset con Vine, las otras grandes salas de Hollywood se encontraban todas en el último refugio turístico del Viejo Hollywood: Hollywood Boulevard.

Por el día aún se veía pasear a los turistas por el bulevar, camino del Museo de Cera de Hollywood, mirándose los pies y leyendo los nombres en el Paseo de la Fama (“Mira, Marge, Eddie Cantor”). Hollywood Boulevard atraía a la gente por sus cines mundialmente famosos (el Grauman’s Chinese Theatre, el Egyptian, el Paramount, el Pantages, el Vogue). Sin embargo, cuando el sol se ponía y los turistas regresaban a sus Holiday Inn, Hollywood Boulevard quedaba en manos de la gente de la noche y se transformaba en
Hollyweird, “Hollyraro”.

En cambio, el Tiffany estaba en Sunset Boulevard y, para colmo, en Sunset Boulevard al oeste de La Brea, con lo que oficialmente pertenecía al Sunset Strip.


[…]

Los filmes contraculturales producidos entre 1968 y 1971, fueran buenos o no, eran apasionantes. Y tenían que verse con más gente, a ser posible todos colocados. Pronto el Tiffany se apartaría de ese ambiente, porque las películas alucinógenas realizadas a partir de 1972 eran más bien creaciones trasnochadas para un nicho de mercado.

Pero si el Tiffany tuvo un año especial, fue 1970.

Ese mismo año, cuando yo tenía siete, asistí por primera vez a una sesión en el Tiffany. Mi madre (Connie) y mi padrastro (Curt) me llevaron a un programa doble:
Joe, ciudadano americano, de John G. Avildsen, y ¿Dónde está papá?, de Carl Reiner.



[Reservoir Books. Traducción de Carlos Milla Soler]

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