Tras Corazón giratorio, Un año en la vida de Johnsey Cunliffe y La única certeza, todos ellos publicados por Sajalín, Flores extrañas es el cuarto libro de Donal Ryan traducido en España. Resulta difícil hablar de esta novela evitando los spoilers porque cada capítulo se centra en uno o más personajes distintos, todos pertenecientes a tres generaciones familiares. Ryan ha contado en alguna entrevista que escribió el primer borrador sumido en una niebla de dolor porque acababa de morir su padre. Leyéndola tuve la impresión de que había bastante poso autobiográfico en sus páginas y él mismo lo confirma: dice que es su libro más personal, y algo de la distancia entre las diversas clases sociales de sus personajes, que él vivió, está reflejado en el libro.
Pero podemos hablar del principio, en el que un matrimonio irlandés vive en uno de esos pueblos como el que hemos visto en la estupenda película The Banshees of Inisherin: uno de esos lugares donde se dan la mano la sencillez, los rumores, el ahogo de los sitios pequeños y una buena cantidad de secretos. Porque los secretos conforman uno de los ejes de la novela.
Moll, la única hija de ese matrimonio, desaparece un día y no vuelven a verla. Saben que ha sido por decisión propia, que nadie la forzó ni la secuestraron. Por ejemplo, hubo un conductor que la vio subir a su autobús. Nadie se imagina por qué se fue ni dónde demonios se ha metido. Cinco años después regresa a casa. Cuenta algunas invenciones. Y poco a poco irá abriéndose a sus padres, y capítulo a capítulo iremos descubriendo las verdades y los secretos. Por qué se marchó, qué hizo, dónde ha vivido y con quién… A lo largo de sus capítulos, esta chispa que pone en marcha la trama le sirve a Ryan para introducir varios temas: el exilio, la pérdida, el racismo, la devoción católica de los irlandeses… Admirable de principio a fin, es una novela que deja un poso entrañable y que comienza así:
Toda la luz abandonó los ojos de Paddy Gladney cuando su hija desapareció; toda la alegría se alejó de su corazón. Su vida siempre había estado llena de paz. Antes de que Moll se marchara, todas las mañanas Paddy se montaba en su bicicleta y recorría la parroquia para repartir el correo y, por las tardes, reunía el ganado y echaba pienso a los animales de la granja donde trabajaba como encargado, y examinaba las vallas y las puertas y los huecos que había entre ellas, mientras su mujer, Kit, se ocupaba de mantener limpia y ordenada la pequeña casa que compartían, y de llevar las cuentas de algunos comercios del pueblo, y su hija, su única hija, iba al colegio a aprender la lección. Y todas las noches, los tres juntos, antes de irse a la cama, se arrodillaban y rezaban el rosario.
[Sajalín Editores. Traducción de Ana Crespo]