Éramos unos niños, de Patti Smith


Yo no sentía por Warhol lo mismo que Robert. Su obra reflejaba una cultura que yo quería evitar. Detestaba la sopa y la lata no me decían apenas nada. Prefería un artista que transformara su época, no que la reflejara.

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Viva entró en el vestíbulo con los aires inaccesibles de Greta Garbo, en un intento de intimidar al señor Bard para que no le pidiera el alquiler atrasado. La cineasta Shirley Clarke y la fotógrafa Diane Arbus entraron por separado, ambas como si tuvieran algo importante que hacer. Jonas Mekas, con su omnipresente cámara y su discreta sonrisa, fotografiaba los rincones más recónditos del Chelsea. Yo estaba parada en el vestíbulo, con un cuervo negro disecado que había comprado por una miseria en el Museo de los Indios Americanos. Creo que querían deshacerse de él. Había decidido llamarlo Raymond, por Raymond Roussel, el autor de Locus solus. Estaba pensando en lo mágico que era aquel vestíbulo cuando la pesada puerta acristalada se abrió como si la hubiera empujado el viento y entró una conocida figura envuelta en una capa escarlata y negra. Era Salvador Dalí. Miró a su alrededor con nerviosismo y, al ver mi cuervo, sonrió. Me puso su elegante mano huesuda en la coronilla y dijo:
-Eres como un cuervo, un cuervo gótico.
-Bueno –dije a Raymond–, otro día más en el Chelsea.

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A Robert siempre le había gustado mi voz. Cuando vivíamos en Brooklyn, me pedía que le cantara mientras conciliaba el sueño y yo le cantaba a Piaf y baladas de James Child.
-No quiero cantar. Solo quiero componer canciones para él. Quiero ser poeta, no cantante.
-Puedes ser las dos cosas –dijo Robert.

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Me sentaba en el suelo para intentar escribir y, en cambio, me cortaba el pelo. Las cosas que creía que pasarían no ocurrían. Sucedían cosas que no había previsto.
[…]
Quería ser artista, pero quería que mi obra sirviera para algo.

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Pasó un coche y oí los compases de su nuevo single sonando en la radio, "Riders on the Storm". Me remordió la conciencia por haber casi olvidado la influencia tan importante de Jim Morrison. Él me había dado la idea de fusionar poesía y rock and roll, y decidí comprar el álbum y hacerle una buena crítica.  
Cuando regresé a Nueva York comenzaron a llegar de Europa noticias fragmentadas de su fallecimiento en París. Durante uno o dos días nadie estuvo seguro de qué había sucedido. Jim había muerto misteriosamente en una bañera el 3 de julio, el mismo día que Brian Jones.

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William Burroughs era joven y viejo al mismo tiempo. En parte sheriff, en parte detective. Todo él escritor. Tenía un botiquín que mantenía cerrado con llave, pero, si te dolía algo, lo abría. No le gustaba ver sufrir a sus seres queridos. Si estabas débil, te alimentaba. Aparecía en tu puerta con un pescado envuelto en papel de periódico y lo freía. Era inaccesible para una chica, pero, de todas formas, yo lo amaba.

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¿Por qué no puedo escribir algo que resucite a los muertos? Ese es mi afán más hondo.


[Debolsillo. Traducción de Rosa Pérez]

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