El gabinete de un aficionado, de Georges Perec

 

 

Unas semanas después de este incidente que la prensa, unánime, calificó de grotesco, pero que ensombreció considerablemente los últimos días de la exposición (la mayoría de los artistas retiraron sus telas en señal de solidaridad con el “coleccionista y el artista escarnecidos”, y la ceremonia de la entrega de premios hubo de anularse), apareció un extenso estudio sobre el cuadro de Kürz en una revista de estética un tanto confidencial, el Bulletin of the Ohio School of Arts. El autor, un tal Lester K. Nowak, titulaba su artículo “Art and Reflection”. “Toda obra es el espejo de otra”, adelantaba en su preámbulo: un número considerable de cuadros, si no todos, solo adquieren su verdadero significado en función de obras anteriores que se encuentran en él, sea simplemente reproducidas integral o parcialmente, o, de una manera mucho más alusiva, encriptadas. Desde esta perspectiva, convenía conceder una atención particular a este tipo de pinturas que comúnmente se llamaban “gabinetes de aficionado” (Kuntskammer) y cuya tradición, nacida en Amberes a finales del siglo XVI, se perpetuó sin decaer a través de las principales escuelas europeas hasta mediados del siglo XIX. Juntamente a la noción misma de museo y, por supuesto, de cuadro como valor mercantil, el principio inicial de los “gabinetes de aficionado” fundaba el acto de pintar en una “dinámica reflexiva” que sacaba sus fuerzas de la pintura ajena.


[Anagrama. Traducción de Menene Gras Balaguer] 

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