Inmóvil como el colibrí, de Henry Miller

 

 

Siempre es interesante leer a Henry Miller, alguien que no se doblegaba. Por lo general se suele hablar de novelas de Miller, en su mayoría autobiográficas. Se mencionan menos sus ensayos, sus retratos, sus esbozos de algún escritor. Y es lo que encontramos en este volumen, en una serie de textos en los que escribe en torno al dinero, a Whitman, Thoreau, Ionesco, Albert Cossery, su primer amor, la cultura, la lectura o la inmoralidad, entre otros temas. Aquí van unas cuantas citas jugosas:

El artista –y con este término me refiero sólo a los auténticos– sigue siendo un sospechoso, sigue considerado una amenaza para la sociedad. A los que se conforman, los que aceptan el juego, se los mima.

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Hasta aquí la nota dominante. En cuanto a la subdominante, la idea es: no esperes a que cambien las cosas, la hora del hombre es la presente y, ya estés trabajando en la base del montón o en su cima, si eres una persona creativa seguirás produciendo, pase lo que pase, y eso es lo máximo que puedes esperar. Hay que seguir creyendo en uno mismo, reconocido o no, atendido o no. El mundo puede parecer un infierno sobre ruedas –y estamos haciendo todo lo posible, ¿verdad?, para que así sea–, pero siempre hay sitio, aunque sólo sea en nuestra propia alma, para crear un trozo de Paraíso, por demencial que pueda parecer semejante propósito.

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El lenguaje de la sociedad es el del conformismo; el de la persona creativa es el de la libertad. Mientras quienes componen el mundo cierren los ojos ante la realidad, la vida seguirá siendo un infierno.

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Actualmente, como Einstein en gran medida, creo que, si se me concediera una segunda vida, optaría por ser carpintero o pescador, cualquier cosa menos escritor. Los pocos a quienes llegan nuestras palabras, para quienes éstas tienen sentido e infunden gozo y consuelo, serán –ya lean nuestros libros o no– lo que son. Todo el maldito asunto de acabar un libro tras otro, línea tras línea, se reduce a un paseo por el parque, unos cuantos saludos con el sombrero y un “Buenos días, Tom, ¿cómo te va?” “Muy bien… ¿y a ti?” Nadie es más sabio, más triste o más feliz.
C’est un travail du chapeau, voilà tout!
Entonces, ¿por qué continúa?, se me podría preguntar. La respuesta es sencilla. Ahora escribo porque lo disfruto. Soy un adicto, un adicto feliz. Ya no me hago ilusiones sobre la importancia de las palabras.    




[Navona. Traducción de Carlos Manzano]


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