El canto de la nieve silenciosa, de Hubert Selby, Jr.

 

 

Quizá muy pronto podría dejar esas pastillas. Quizá muy pronto podría simplemente levantarse y bajar y desayunar con su familia. Quizá muy pronto iría a la oficina como solía hacer. Quizá muy pronto podría rodear a su mujer con los brazos y decir simplemente te amo, sin miedo no culpa ni preocupación por lo que habría de decir después. El gran problema era simplemente que no podía encontrar nada positivo o sano en lo que centrar su mente.
[…]
Se volvió y emprendió el regreso lentamente.
Volvía sobre sus pasos, las únicas huellas en la nieve. Parecían pequeñas, y, aunque no había otras, no parecían indicar soledad. Sonrió ante la idea de unas huellas solitarias, como si las huellas pudieran tener vida propia, o como si pudieran reflejar la vida de quien las había dejado. Quizá…, ¿quién sabe? Pero no importaba. Caminaba sobre sus propias huellas, simplemente caminaba, dejando otro juego de huellas en dirección contraria. Así que siguió andando, haciéndose compañía. Notó movimiento con el rabillo del ojo y vio a dos perros que salían de entre los árboles, con nueve colgando del largo pelaje y caminando silenciosamente entre la nieve. Le miraron brevemente y siguieron su camino mientras husmeaban alternativamente la nieve, los árboles, el aire, pero siempre caminando lenta y silenciosamente. Harry no se detuvo ni aminoró el paso, y los perros desaparecieron enseguida entre los árboles y los arbustos.


[Del relato “El canto de la nieve silenciosa”]



[Hermida Editores. Traducción de José Luis Piquero]

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