Para mí, la aparición de un nuevo libro de Vicente Muñoz Álvarez siempre es una grata noticia. Tanto en poesía como en narrativa o en ensayo, se trata de un autor que siempre habita en los márgenes de la industria literaria. Es alguien a quien no se puede comprar y que tampoco doblará el espinazo para meterse en una editorial gigante si las condiciones no le acomodan o van a convertirle en siervo del sistema. Eso implica, entre otras cosas, que sus textos no se acomoden a modas ni tendencias.
Las setas y otros relatos de la Era Pulp constituye un festival de guiños, homenajes y temáticas, un cúmulo de sorpresas siempre tamizadas por su particular visión y su estilo, que se nutren del cine de terror y la literatura underground, de lo incómodo y lo marginal, sin jamás olvidar sus referentes (Kerouac, Bernhard, Pavese, Fante, Burroughs, Blackwood, Poe, Céline…). La mayoría de los textos provienen de su época como colaborador en revistas y en fanzines: son, por tanto, cuentos libres de ataduras y de imposiciones. Varios de ellos ya habían aparecido en libros dispersos (por ejemplo, aquí aparecen algunos que ya estaban contenidos en El merodeador, quizá mi obra predilecta de Vicente); otros son inéditos. Y en todos se pasea por el lado oscuro del pulp: hay psicópatas, tipos que creen estar enfermos, solitarios insomnes, extraños monstruos que diezman tripulaciones, niños crueles, habitantes que oyen pasos en la vivienda…
José G. Cordonié apunta en el primer prólogo, muy acertadamente, que Vicente toma la tradición pulp y le da la vuelta, la reconstruye “con su propio estilo, con tramas o argumentos que tal vez hayas podido encontrar en otros libros o películas, pero no de esta manera, porque en estas páginas se presentan dados la vuelta, sin clichés, con distintos lenguajes y puntos de vista”.
Éste es un volumen para gozar, para volver a una época de cines de barrio, literatura de kiosco, cómics sangrientos y programas urdidos por Ibáñez Serrador: uno sale de él como de aquellas salas de sesión continua donde a veces estrenaban un raro programa doble con un filme de terror o aventuras de serie B y otro tan sólido como La naranja mecánica. Es decir: que uno se ha divertido, pero también ha reflexionado.
[Vérsatiles Editorial]