Reemplazo, de Tor Ulven

 

 

¿Por qué no ibas a hacerlo? ¿Por qué jamás se hace lo que se quiere? ¿Porque uno es normal? Uno no es normal, piensas. Uno carga en su interior un gran grito de aquello que debería haberse dicho pero que jamás se dice, piensas. Pues llámala. Pero primero tienes que comer algo; no, primero tienes que fumarte un cigarrillo, es más importante, y empiezas a hurgar en los bolsillos de los pantalones, de las chaquetas, de los abrigos, de los maletines y similares (mientras piensas que, si ella todavía viviese allí, podría haberte dicho enseguida el número exacto de cigarrillos que quedan y en qué sitio), hasta que por fin encuentras un paquete estrujado con un cigarrillo roto y dos intactos en el bolsillo del albornoz que llevas puesto, pero entonces vuelve a iniciarse la búsqueda, esta vez de unas cerillas o un mechero, y de nuevo tienes que hurgar en los bolsillos de los pantalones, de los abrigos, de los maletines y similares, además de en los tres bolsillos del albornoz, esta vez sin resultado alguno, por lo que inicias un registro más extenso de mesas, cajones, todo tipo de recovecos (como suele decirse), aunque todavía sin resultado.

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[…] Abres la puerta con llave. La estampa de tu propio apartamento te hace recordar. Perdiste peso, dormías tres o cuatro horas cada noche, o no dormías en absoluto, experimentabas temblores y ataques de llanto, apenas tenías fuerzas para ir al supermercado, dentro de casa vadeabas entre el polvo, asearse suponía una tarea hercúlea, el cepillo de dientes pesaba como un martillo; era como si todo el peso de la desaparición y la muerte que cada vez iba haciéndose más probable reposase sobre un papel de lija que iba reduciéndote a la nada.

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No lo dices, solo lo piensas, porque no hay nadie a quien puedas decirle algo así, sonaría patético, sentimental y autocomplaciente (porque implicaría que no has vuelto a ser feliz (y no has vuelto a serlo, pero eso no ayuda en el noble arte de la conversación), tras la ruptura con ella, que eres infeliz, que te lamentas), la típica frase de una de esas películas que hacen lloriquear a las mujeres, de una novela medio olvidada del siglo pasado, pero te lo puedes decir a ti mismo, y te preguntas cuántas personas se dicen a sí mismas, o simplemente piensan, esas palabras imposibles: En aquel momento era feliz, y jamás se le ocurre a nadie (a los otros, es decir, a los que son felices ahora, o a los que jamás han sido felices, ¿ni felices ni infelices?) que tal vez pueda ser verdad, que una vez (durante un breve instante) uno fue feliz, y que ya no lo es, jamás se les ocurre, porque este es el pecado que ellos, si hubiesen sido Santos Padres (algo que quizá, a su manera, son), habrían añadido como el octavo pecado mortal, junto a la Soberbia, la Envidia, la Ira, la Pereza, la Avaricia, la Gula y la Lujuria, en otras palabras, la Nostalgia; así es, piensas (para ti mismo, siempre para ti mismo), porque estas son las personas que van a construir el Futuro, un futuro que curiosamente les hace sentirse nostálgicos, lo ansían, lo añoran, van a producir su gran futuro en una agradable factoría de la felicidad, grande, aunque tampoco en exceso, el engranaje ya está en marcha, trabaja sin descanso, por eso uno no puede mirar atrás, donde solo queda el compost de los días, el estiércol, la mierda que no tiene otro propósito más que el de abonar el futuro.
[…]

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No es pensar en la muerte. No, no es eso lo que siempre hace que sientas un dolor en primavera, una especie de dentera que se produce cuando uno bebe agua después de tomarse un caramelo de alcanfor, quizá ni siquiera sea dolor, sino pesar, desesperación, ¿por qué?, piensas, y continúas: por la vida no vivida; tampoco disgusto o angustia por el hecho de que en breve ya no vayas a vivir nada más (la muerte te horroriza menos cuanto mayor te haces), sino la sensación desasosegante de no haber vivido nada, de no haber tenido una vida real y, peor aún, de que ya es tarde para vivir algo, o quizá más bien de que lo que deberías haber vivido era algo diferente a lo que viviste en realidad, de que te has perdido algo, sin poder decir qué fue, y de que ahora es demasiado tarde, y de que de alguna forma toda tu vida ha sido una pérdida de tiempo, un intento fallido de jugar a la gallinita ciega. Pero lo peor quizá sea, piensas, la terrible sensación de que no podría, de ninguna forma sustancial, haber sido de otra manera, de que no te habría ayudado tomar otras decisiones, relacionarte con otras personas, vivir en otros lugares, ejercer otra profesión, ser marido y viudo de otra mujer, etcétera, de que una redistribución de todos estos factores no habría conllevado que el dolor que sientes en primavera (como ahora) fuese menor, al tiempo que, en realidad, detestas el invierno y te gusta la primavera, y por lo tanto eres feliz cuando llega. ¿Cómo puede ser?



[Malas Tierras. Traducción de Bente Teigen Gundersen y Mónica Sainz Serrano]

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