Eddie Little (1955 – 2003) es uno de esos tipos que vivieron al filo de la navaja, saltándose las leyes y entrando y saliendo de reformatorios y prisiones, pero que luego fueron capaces de convertirse en escritores y volcar su rabia y su sabiduría en narraciones absorbentes, plagadas de ritmo y de retratos sin censura de la violencia más brutal. La historia de Little no parece muy distinta de la de Edward Bunker, autor éste que alabó Un día más en el paraíso. Sólo que Eddie Little no pasó de la escritura de dos novelas porque murió poco después de publicar la segunda: a los 47 años, de un ataque al corazón.
Quizá Un día más en el paraíso les suene o les resulte familiar a los lectores, como me ocurrió a mí: porque Larry Clark la adaptó en 1998 en un largometraje protagonizado por James Woods, Melanie Griffith, Vincent Kartheiser y Natasha Gregson Wagner, y que en España rebautizaron como Al final del edén. Yo no he visto la película, y de momento no pienso verla: aunque me interesa Larry Clark, y aunque James Woods es uno de los grandes, físicamente no se parece ni de casualidad a Mel, el mentor y amigo del protagonista y narrador, Bobbie.
Con la novela, traducida con estilo y finura por el compadre Javier Lucini, me lo he pasado de miedo porque es un pelotazo. Me recuerda un poco a un par de libros de atracos de Bunker, y también a Drusgtore Cowboy (otro novelón, escrito por James Fogle y publicado por Sajalín, y del que ya dimos cuenta en este blog o en algún otro sitio), es decir, gente que perpetra robos y asaltos a mano armada, que se droga hasta caer inconsciente, que trapichea como puede, que vendería a su madre por un par de dólares y por un pico, que acaba metiéndose en encrucijadas imposibles de sortear porque la vida callejera del fuera de la ley que no tiene dónde caerse muerto es así: el final suele ser la cárcel o el cementerio, la celda o el ataúd. También me recuerda la narración de Little, por aquello de la historia de amor que involucra a dos yonquis, a la novela de culto Candy (la del australiano Luke Davies), que aquí publicaron Planeta y Círculo de Lectores y que no hay manera de que alguien reedite.
Suelen ser historias crudas, crueles, que van al grano, y que no se ahorran momentos que te dejan seco, pasajes inesperados que resuelven de la misma manera que, ahora en el cine, resuelven Quentin Tarantino o los Hermanos Coen: ya saben, esos giros que sorprenden y que uno ni se imaginaba. La mayor habilidad de Eddie Little como escritor está en los diálogos: largos, fluidos, repletos de tacos, de lecciones del lumpen, de frases que en el cine quedan de lujo en boca de los grandes… En Un día más en el paraíso encontramos a Bobbie, un adolescente, y a su novia, Rosie, que se juntan con una pareja de más edad y más experiencia, la formada por Syd y Mel, quienes van a enseñarles a desvalijar cajas fuertes y a mantener una dieta saludable de sueño y vitaminas porque, si uno va a participar en un atraco sin comer ni dormir, todo se va a la mierda. Aquí van dos extractos:
-No sé, tío, tendré que pensármelo, ¿sabes? Esto me tiene algo confuso. Si ellos no son el puto enemigo, ¿quién cojones es el puto enemigo?
-Los gilipollas, chaval. Los gilipollas son el puto enemigo. La gente que pone en peligro tu vida, la gente que hace leyes estúpidas y luego son los primeros en no cumplirlas…, los idiotas que ilegalizaron los narcóticos…, algunos de los comemierdas con los que tenemos que tratar, esos son el enemigo. Seres humanos que actúan como chacales, negros que odian a los blancos y paletos blancos que odian a los negros…, los putos vaqueros que odian a los indios. Una panda de gilipollas. Ya me entiendes.
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El mundo entero se desmorona a mi alrededor. No hay nada sólido, la gente se muere, todo cambia. No hay nada a lo que poder agarrarse y tengo la sensación de estar deslizándome por el filo de una cuchilla. Sé que está demasiado afilada para notar el corte y que en el momento menos pensado me rebanará en dos mitades.
[Sajalín Editores. Traducción de Javier Lucini]