The Room. Un desastre fílmico convertido en obra de culto, de Guillermo Triguero



Muchas películas de serie Z resultan francamente divertidas por lo malas que son o porque hay muchas anécdotas interesantes relativas a sus desastrosos rodajes, pero sin duda The Room es un caso único. Por lo general, una película basura nos resulta más o menos comprensible en sus intenciones hacia el espectador. Por muy malo que sea el guion, por muy cutres que sean sus efectos especiales, por muy mal que esté resuelta la trama, casi siempre podremos entender al menos qué pretendían sus creadores; y de hecho, lo que suele resultarnos gracioso es comprobar la diferencia entre lo que se pretendía y lo que se consigue.

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En otras palabras: The Room es una obra básicamente incomprensible en la que los espectadores no tenemos en qué apoyarnos para entender muchas de las cosas que suceden en pantalla. En una película basura previsible, lo más seguro es que sus personajes nos parezcan terriblemente planos o estereotipados, pero al menos intuiremos que se han construido con base en una idea que el guionista ha sido incapaz de reflejar de forma realista. Eso no existe en The Room. Es imposible entender las motivaciones de sus personajes ni el porqué de sus acciones: tenemos a un adolescente que le pide a su protector que le deje observar cómo tiene sexo con su chica (algo a lo que este se opone pero sin parecer ofendido), a un grupo de amigos que juegan a pasarse una pelota de fútbol vestidos de esmoquin o a una madre que le dice a su hija que padece un cáncer de pecho con una indiferencia pasmosa. Asimismo, la película está repleta de escenas terriblemente insustanciales, que no aportan nada a la trama ni a los personajes y que, por tanto, nos hacen preguntarnos qué pintan ahí.


[Editorial Hermenaute]

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