Lunas de miel, de Chuck Kinder


Ya lo comenté en Facebook, así que me remito a mis palabras (al menos en el primer párrafo): ésta es una novela legendaria en Estados Unidos pero olvidada en España (salvo Jordi Puntí, David González y Javier García Rodríguez, no sé de nadie que la conozca) e inspirada en una historia real: recrea la amistad entre Raymond Carver (Ralph Crawford, en el libro) y el propio autor, Chuck Kinder (Jim Stark), y sus relaciones con sus mujeres, sus infidelidades, sus esfuerzos con la escritura, sus borracheras y sus paranoias, sus peleas y sus decepciones. Se dice que Kinder tardó más de 20 años en concluir el manuscrito original porque se le fue alargando sin control hasta las 2.000 páginas, convirtiéndose en un monstruo indomable (la versión publicada quedó en unas 400 páginas). Por el libro también desfilan escritores como Ken Kesey, James Crumley o John Cheever. En Kinder se basó Michael Chabon para construir a Grady Tripp, el protagonista de su mítica novela Chicos prodigiosos, que Curtis Hanson convirtió en una de sus mejores películas (Wonder Boys / Jóvenes prodigiosos), con Michael Douglas al frente. Su autor es todo un personaje, cuyo punto de locura me recuerda en algunos momentos a Richard Brautigan. Y Carver es uno de los protagonistas, así que es fácil imaginar lo mucho que he disfrutado.

La relación entre ambos escritores y amigos atravesó etapas tanto dulces como amargas: juergas, enemistad pasajera, rivalidad de colegas… Aunque indudablemente Kinder habrá añadido toques de ficción, al final lo que queda es verdadero, o eso me pareció. Stark / Kinder es uno de esos escritores que arrastran consigo a quienes viven con ellos: 

El maldito sueño de Jim de convertirse en un escritor famoso la estaba hundiendo. Jim llevaba dos años dando clases en Stanford y había publicado una novela, de modo que si se rompía los cuernos, seguro que conseguía algún prometedor puesto de profesor el próximo otoño y podía empezar a mantener a su familia como hacían los maridos de sus amigas de la universidad.

Como he señalado antes, en la novela aparecen otros autores de forma directa o indirecta (de los que se cuenta alguna anécdota, como en el caso de John Cheever):

¿Qué tal era el viejo Cheever?, preguntó Jim a Ralph.
¿Sabes?, dijo Ralph, lo primero que recuerdo que dijo Cheever sobre el arte de escribir fue que tú no eres tus personajes, pero tus personajes son tú. El tipo me tomó lo bastante en serio como para sentarse conmigo a revisar una historia mía y mover las palabras hasta que encajaron a la perfección.

Para saber cómo las gastaban Ray Carver (Ralph) y Maryann Burk (Alice Ann) esta novela es perfecta:

Lo que más me asusta es que algún día se nos acaben las vidas nuevas. Hagamos las cosas de otro modo esta vez, Ralph. Finjamos que somos personas distintas.
¿Qué me dices del pasado, Alice Ann?, dijo Ralph. No podemos olvidar nuestro sórdido pasado, con todas sus pruebas y tribulaciones.
Lo que cuenta es lo que hagamos de ahora en adelante. Viviremos en el presente y el futuro. Nos pondremos metas. Metas comunes.

Otro ejemplo:

A veces tengo miedo de estar convirtiéndome en un viejo borracho inútil que está de mala racha de por vida, dijo Ralph.
Sólo necesitamos salir a flote, dijo Alice Ann.

Sobre la relación entre ambos he copiado un montón de fragmentos. Cuando Carver logra publicar su primer libro y empieza a salir a flote es uno de los momentos luminosos de la novela:

Habían dejado atrás el desagradable asunto de la quiebra, y acababa de publicarse el primer libro de Ralph, esa colección de cuentos que con el tiempo le harían famoso y cuyas primeras reseñas –Kirkus, Library Journal, Publishers Weekly– fueron excelentes. Todos esos años de ilusiones truncadas, de situaciones límite, esa vida llena de momentos bajos, abandonando ciudades al amparo de la oscuridad, dejando coches averiados en la carretera, huyendo furtivamente abrumados por el fracaso, por quiebras regulares como un reloj, eran de algún modo reivindicados y convertidos casi en actos heroicos en los cuentos de Ralph.

En este pasaje, por ejemplo, es evidente que hay dos versiones distintas sobre los cuentos de Carver. Su mujer dijo que utilizaba su propia vida; él sostenía que se inspiraban en cosas que le habían ocurrido, pero maquilladas por la ficción. Veamos el pasaje:

Bueno, dijo Ralph dando unas palmaditas al libro, ha valido la pena, Alice Ann.
Recuerdo cada borrador de cada uno de los relatos de este libro, dijo Alice Ann. Pasó despacio las páginas. Me sé las historias de memoria. Y también me sé de memoria las historias que hay detrás de ellos.
Bueno, debo admitir que no soy un elefante en lo que se refiere a la memoria, dijo Ralph. No tengo memoria. Y menos mal, diría.
Nunca has necesitado tener memoria, Ralph. Siempre has tenido la mía en la que apoyarte.
Utilizo la imaginación, dijo Ralph. Siempre he contado con mi imaginación.

El retrato de Carver es el de un hombre angustiado, lleno de miedos y obsesiones, tendente a los ataques de furia. Un tipo que se atormentaba:

¿Qué podía enseñar a su hijo para que no cometiera los mismos errores que él? ¿Qué clase de consejo podía dar a su hijo débil que hubiera querido que su propio padre le hubiese dado y que pudiera ahorrarle parte de la angustia, sufrimiento y mudanzas al amparo de la oscuridad de ciudad en ciudad?

Kínder, en cambio, aparece como un hombre menos amargo, más proclive al humor y a la juerga, que a menudo pone la escritura como excusa para su comportamiento:

Mira, estoy tratando de escribir un libro. Me exige todo lo que tengo.

Tampoco falta en estas memorias novelizadas el personaje de R. Crumb, pero es más glorioso el de la mujer que está liada con él (Mary Mississippi, en el libro; desconozco su nombre real). Esto es lo que ella le dice a Stark/Kinder:

Me ha decepcionado cómo han salido las cosas, pero, sobre todo, me has decepcionado tú, Jim. Me gustaba mucho estar enamorada de ti. Estar enamorada me hace sentir de puta madre. Yo creo en el amor. Y en el amor verdadero. Es mi debilidad. Hay todo un mar de amor y yo no soy más que un barquito en él. O lo era. Ahora tengo que dejar de estar enamorada y me entran ganas de llorar a lágrima viva.

Una novela muy potente, que en ocasiones me recordó a Los viernes en Enrico's, de Don Carpenter, por su retrato de los escritores y de cómo el tiempo les cambia, aunque Kinder es más loco, más anárquico, que Carpenter. Una novela que imagino ya estará descatalogada, y que alguien debería reeditar, devolverla al lugar que le corresponde. No se la pierdan. Un último extracto:

Tarde o temprano, dijo Ralph a Jim dando una calada al porro, todo lo que entra en tu vida sale. Entra y sale. Cada historia de amor queda inacabada. Y cuando por fin los amantes están muertos y ya son historia, y todos los que alguna vez los conocieron también son historia, entonces todo se borra por fin de la memoria colectiva y deja de importar, no significa nada, en la tierra de los vivos.


[Circe Ediciones. Traducción de Aurora Echevarría]

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