A veces me basta con leer un párrafo aislado de un libro, o una simple frase, para ir corriendo a una librería a buscarlo. Me ha sucedido con este breve libro de Patrick Modiano, escritor al que, ignoro la razón, me daba pereza leer (puede que sea porque tiene obra abundante y nunca he sabido por dónde empezar): leí el siguiente párrafo en las redes sociales de la editorial Dirty Works, e imagino que lo pondría Javier Lucini:
[Queneau] Me había hablado de un western en el que salía una pelea sin cuartel entre unos indios y unos vascos. La presencia de los vascos lo intrigó mucho y le hizo mucha gracia. Acabé por descubrir de qué película se trataba: El desfiladero de la muerte. La sinopsis lo dice claramente: indios contra vascos. Me gustaría ver esa película, en recuerdo de Queneau, en un cine que hubieran olvidado derribar, en lo más recóndito de un barrio perdido. La risa de Queneau. Mitad géiser y mitad carraca. Pero no se me dan bien las metáforas. Era, sencillamente, la risa de Queneau.
Y es que ahí se condensaban la mayoría de mis intereses: el cine, la literatura, la memoria, cierto toque poético nacido de la fantasía y de la imaginación (la frase Me gustaría ver esa película, en recuerdo de Queneau, en un cine que hubieran olvidado derribar, en lo más recóndito de un barrio perdido). Modiano me ganó con este parrafito, me hizo de los suyos, o al menos eso espero. Un pedigrí es un censo frío, casi notarial, y muy documentado, de los padres del autor y de los primeros 20 años de vida del propio Modiano: un tiempo en el que era un chiquillo no muy querido por sus padres (de ahí esa frialdad en la escritura), en el que los famosos se cruzaban en sus vidas, en que los rostros iban y venían y el azar desplegaba situaciones insólitas y encuentros inesperados. Son poco más de 120 páginas y, como escribió Miguel Sánchez-Ostiz, encierra las claves de la obra modianesca. Un par de extractos:
Escribo estas páginas como se levanta acta o como se redacta un currículum vitae, a título documental y, seguramente, para liquidar de una vez una vida que no era la mía. Sólo es una simple y fina capa de hechos y gestos. No tengo nada que confesar ni nada que dilucidar y no siento afición alguna por la introspección ni por los exámenes de conciencia. Antes bien, cuanto más oscuras y misteriosas seguían siendo las cosas, más me interesaban. E intentaba incluso hallarle un misterio a aquello que no tenía ninguno.
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Y van sucediéndose acontecimientos mínimos que le resbalan a uno sin dejarle demasiadas huellas. Uno tiene la impresión de que todavía no puede vivir su vida de verdad y de que es un pasajero clandestino. Me vuelve el recuerdo de algunos retazos de esa vida de contrabando.
[Anagrama. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia]