Una de las novedades editoriales del otoño es la Narrativa completa de Hermann Ungar. Su aparición me hizo recordar que tenía por casa, bajo alguna de las pilas de lecturas pendientes, esta novela breve del autor, en una edición que probablemente ya no se encuentra y que compré hace años. Los mutilados es una novela de unas 200 páginas. Es un libro impactante, que fascina ya en sus primeras líneas, cuando nos adentramos en la historia de Franz Polzer, un empleado de banca rendido a las rutinas, misántropo y temeroso casi de cualquier contacto, como una especie de Bartleby de la vida. Poco a poco, el autor nos va desgranando la personalidad de Polzer con apuntes que dibujan su retrato: Pozer era incapaz de desprenderse voluntariamente de sus cosas. / Polzer sabía que no era dueño de ningún tesoro. / En sus muchos años de empleado, Franz Polzer nunca había estado en la calle a media mañana más que el domingo. / Franz Polzer nunca se sintió unido a su padre. / Después del entierro, Franz Polzer dijo a su tía que él no quería ninguno de los bienes de su padre.
Pero hay otros personajes: su amigo Karl Fanta, al que una enfermedad va aniquilando despacio, mientras le amputan miembros y se va convirtiendo en una especie de vegetal lleno de rabia y amargura; la viuda Frau Porges, la mujer que acosa a Polzer, el único huésped de su casa; Sonntag, un enfermero que antes fue matarife; Dora, la abnegada mujer de Fanta... Todos ellos van componiendo un retrato de las neurosis y de los sentimientos que acaban desembocando en tragedia. Los mutilados es, desde ya, uno de mis libros favoritos. Una pena no haberlo leído antes.
Unos extractos:
Algo se prepara, pensaba Polzer.
Algo esperaba en la oscuridad. Todo aquello debía terminar. Algo esperaba en el rincón. Quizá un asesino con un hacha. Uno no puede conocer la casa en la que habita.
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Empezó a ocurrir lo que temía Franz Polzer. La puerta estaba abierta. Una vez perturbado el orden, el caos era inevitable. Se había producido la brecha por la que irrumpía lo imprevisto, esparciendo el miedo.
El mutilado ocupaba ahora la habitación de las fundas blancas. Por la noche se le oía gemir. Le dolían las heridas. El pus le roía la carne, y las pesadillas le atormentaban. Polzer escuchaba. En la casa estaba la muerte, esperando.
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-¡Qué horror! –dijo Karl–. ¡Y qué horrible!
-La hermosura, Herr Fanta –respondió el enfermero–, no es cualidad apreciable en los cadáveres.
[BlackList. Traducción de Ana María de la Fuente]