Wanderlust. Una historia del caminar, de Rebecca Solnit


Un caminante solitario está a la vez presente y separado del mundo que hay a su alrededor, es más que espectador pero menos que participante. El caminar suaviza o legitima ese aislamiento: el caminante está levemente desconectado por estar caminando, no por ser incapaz de conectarse.

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Tal como la escritura le permite a uno leer las palabras de alguien que está ausente, los caminos hacen posible trazar la ruta de los ausentes; los caminos son un registro de aquellos que han andado antes por ella y seguir esos caminos es seguir a gente que ya no está aquí –ya no santos y dioses sino pastores, cazadores, ingenieros, emigrantes, campesinos o simplemente personas que se dirigen hacia sus lugares de trabajo–.

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Escribir es abrir un nuevo camino por el terreno de la imaginación o señalar nuevos aspectos de una ruta ya conocida. Leer es viajar por ese terreno con el autor como guía, guía con quien uno puede no siempre estar de acuerdo o en quien uno no siempre confía, pero con quien al menos sí se puede contar para que nos lleve a alguna parte.

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Las líneas de canciones son instrumentos de navegación por el inmenso desierto, mientras que el paisaje es una técnica mnemotécnica para recordar las historias: en otras palabras, la historia es un mapa y el paisaje, una narrativa.

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Las mujeres han sido castigadas e intimidadas por intentar hacer efectiva la más simple de las libertades, salir a caminar, porque su caminar y, de hecho, todo su ser ha sido construido como algo inevitable y continuamente sexual en aquellas sociedades entregadas al control de la sexualidad femenina.


[Capitán Swing. Traducción de Álvaro Matus]

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