Si imaginariamente el mundo se dividiese entre los que son de Faulkner o de Steinbeck, yo soy de Steinbeck. Como autor, me da tanta envidia como asombro comprobar que el escritor californiano escribe cosas como “A un dios desconocido” solo con 31 añitos, o termina un portaaviones literario como “Las uvas de la ira” a los 37. Salvo dos o tres obras que no me interesaron, leo asiduamente a John Steinbeck, y entre sus recomendaciones he adoptado varios consejos: desconfiar de las escenas demasiado brillantes, porque normalmente suelen estar fuera de lugar; ser honesto con lo que cuento; rodear las partes que no acabo de concretar para retomarlas más adelante y no detener el avance; y escribir sí o sí una página diaria. Steinbeck conservó toda su vida una característica que resulta esencial para todo el que desee escribir: la curiosidad de un niño; y aunque en sus novelas las cosas son blancas o negras, sin matizar demasiado, esa misma radicalidad se contagia en la intensidad de la escritura, porque Steinbeck odia o ama lo que cuenta como si le fuera la vida en ello. Cuando uno comienza a leer sus libros, sabe que únicamente puede estar con él o contra él, no hay medias tintas, pero también nos recuerda que somos animales solitarios, y que uno de los mejores métodos para no sentirnos tan solos es contar y escuchar historias. Steinbeck convierte lo local -el valle de Salinas- en algo universal, y mezcla con un estilo claro y elegante las lecciones aprendidas de Scott Fitzgerald, Hemingway, Stephen Crane o Jack London. Todo el mundo recuerda “La perla” o la mencionada “Las uvas de la ira”, pero yo soy un gran admirador de una obra total como es “Al este del Edén”, remozando el mito de Caín y Abel, lleno de historias y digresiones sobre temas capitales, amor, verdad, mal, sexualidad… al tiempo que perfila uno de los mejores malos de la literatura: la despiadadísima Cathy Adams. Asimismo, soy un incondicional de sus libros de viajes, “Por el mar de Cortés” o “Viajes con Charley, en busca de América”, sin olvidar que Steinbeck es el guionista de una de mis pelis preferidas, “Viva Zapata”, de Elia Kazan, con un Marlon Brando que protagoniza una de las alegorías políticas más redondas del cine.