He aquí otra sorpresa en el panorama de la novela de género negro. Sorpresa porque aquí no conocíamos al irlandés Gene Kerrigan, y porque su libro está ambientado en el Dublín contemporáneo, donde el narrador presta la misma atención a los policías que a los delincuentes, algo que me recuerda un poco al enorme Richard Price. El año pasado estuve en Dublín, de modo que algunos de los lugares que menciona Kerrigan los he conocido: pubs, edificios famosos, estatuas de celebridades…
Son 400 páginas, abundantes en diálogos, que el lector devora desde la primera frase. Kerrigan nos adentra en ese mundo que uno ni siquiera imagina cuando pisa Dublín, la ciudad de la música y los bares: ladrones que planean golpes más sofisticados, tiroteos con la policía, hombres asesinados en plena calle, cadenas de mando en las que comprobamos (como ya lo mostrara la serie The Wire) que la mierda siempre rueda hacia abajo… Aunque la cita que abre el libro pertenece a Raymond Chandler, hay algunos pasajes finales que me recuerdan a Dashiell Hammett y su clásico Cosecha roja: aquellos en los que el protagonista resolvía las cosas liando la madeja y haciendo ciertas trampas, soluciones que, en parte, son las que utilizará el poli principal, Bob Tidey, para poner orden aunque ello implique cargar su conciencia con la culpa. Y no digo más para evitar spoilers. Os dejo con unos extractos:
Bob Tidey se dedicaba al negocio del orden público, y cuando algo se iba a pique aparecían tipos duros y oportunistas, y alguien tenía que ponerlos en vereda. A él también le habían recortado el sueldo, pero podía soportarlo. Ya no tenía muchas necesidades.
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Quien no se arriesga no gana, era la opinión de Anthony Prendergast. De cada diez chivatazos que sigue un periodista, a lo mejor uno acaba siendo una noticia interesante. El resto… bueno, trabajas en un periódico, así que todo aquel al que le pica algo se cree que tú tienes que ir a rascarle. Algunos son personas decentes a las que las han jodido de verdad, y otros han emergido de la insondable ciénaga de la paranoia y la obsesión. El problema de las teorías de la conspiración es que cuando las rechazas, de inmediato se te acusa de ayudar a los conspiradores a eliminar la verdad. Y entonces tu nombre aparece en las páginas web, en la lista de los agentes de Satán.
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Tidey volvió a hablar con voz serena:
-En este país somos cojonudos a la hora de investigar lo que pasó hace mucho tiempo. Cada vez que algo nos incomoda, miramos hacia otro lado. Y cuando el hedor no desaparece, diez años más tarde, veinte, treinta, montamos una investigación, un tribunal, escribimos un informe que nadie lee, y punto final. A la hora de investigar el pasado, somos los primeros. Pero cuando algo ocurre, cuando necesitamos hacer algo, siempre hay alguien que nos dice que tenemos que ponernos el traje de patriota y callar la puta boca.
[Sajalín Editores. Traducción de Damià Alou]