La vida no es fácil para los seres hipersensibles... Nos atormentan preguntas como ésta: ¿De qué cojones están hablando estos tipos mientras esperan a Frank Miller?.
Cuando yo era chiquitín, mi cinefilia orbitaba alrededor de dos géneros clásicos: el bélico y el western. Dos géneros repletos de modelos a seguir y de historias maniqueas, como dios manda, de buenos y malos heterosexuales, de cosas que están bien y están mal, sin matices. Custer bueno vs. indios malos. Y punto. Son películas con héroes sin sombras a los que nadie hace sombra. Luego están sus novias que los quieren mucho, luego están los malos a los que nadie quiere y luego están los secundarios feuchos que hacen de bufones. Pero, para los hipersensibles como yo, existía una categoría extra: los "invisibles". Los personajes secun-secun-secundarios.
Ejemplo clarísimo: tú veías a ese soldado alemán haciendo guardia nocturna en noséqué fortaleza mirando despistadamente al infinito y, de repente ¡zas!, llegaba el comando americano y le rebanaba el cuello. Y el joven alemán se desangraba en silencio. Y yo pensaba: "¿estará recordando el amor de su madre en esos últimos segundos de vida?.., ¿estaba soñando con su novia justo en el momento en el que el afilado cuchillo le segó la yugular?"... Pero el héroe saltaba sobre su cadáver y salvaba al mundo y a nadie le importaban ya las desdichas pretéritas de aquel cuerpo inerte e impecablemente uniformado.
Más tarde, los directores rebeldes hicieron películas donde nos contaban la vida de los indios o de los centinelas alemanes y nos descubrieron que ni todos los indios arrancaban cabelleras ni todos los alemanes eran unos malditos bastardos. Y la cosa se compensó un poco.
Entonces llegó Quentin Tarantino y, en 1994, creó Pulp Fiction, una obra maestra en la que el anecdotario de los secundarios se convirtió en un género cinematográfico con entidad propia inventando un nuevo y extravagante costumbrismo cinematográfico.
Es en este género en el que, en caso de necesidad, podríamos encorsetar la película que recomendamos hoy: Diamond Flash, dirigida en 2012 por Carlos Vermut y realizada en tres meses con un presupuesto de 20.000 euros.
Diamond Flash es magistral por tres razones: porque lo digo yo, porque su originalidad le confiere el derecho a serlo y porque aún costando cuatro pesetas ha conseguido alejarse de la cutrez, del aburrimiento y de la provocación gratuita, que son tres dioses de novatos a los que nunca he rendido culto. Aunque Diamond Flash no sea la película que haya inventado el género de la anécdota de los secundarios del héroe, el guión de Diamond Flash lo ha radicalizado hasta un extremo que yo no había visto nunca.
No quiero contar mucho del argumento de Diamond Flash porque la intriga y el ENTRETENIMENTO que supone el ir encajando las piezas de este rompecabezas son parte importantísima de su atractivo, pero les adelanto que en Diamond Flash los personajes aparecen en pantalla durante un tiempo inversamente proporcional a su teórica importancia jerárquica dentro del género clásico.
Es decir, los personajes son por orden de "importancia": héroe, villano, víctima, esposa del héroe, esbirro del villano, madre de la víctima y secuaces del esbirro del villano. ¿Correcto?. Pues bien, en Diamond Flash la madre de la víctima o los secuaces del villano tienen muchos más minutos de diálogo que el héroe. Otra cosa: el villano se llama Angustias y su esbirro Enriqueta. Y no se descojonen (que esto no es cine almodovariano) porque la presencia de estas dos monstruosas representantes del mal absoluto les va a helar la sangre.
Es decir, los personajes son por orden de "importancia": héroe, villano, víctima, esposa del héroe, esbirro del villano, madre de la víctima y secuaces del esbirro del villano. ¿Correcto?. Pues bien, en Diamond Flash la madre de la víctima o los secuaces del villano tienen muchos más minutos de diálogo que el héroe. Otra cosa: el villano se llama Angustias y su esbirro Enriqueta. Y no se descojonen (que esto no es cine almodovariano) porque la presencia de estas dos monstruosas representantes del mal absoluto les va a helar la sangre.
Con 20.000 euros no se puede mover una cámara salvo que la lleves al hombro como si filmaras las vacaciones de Peñíscola y sobreexplotes un recurso que está más visto que el tebeo. Así que los planos fijos parecían cosas convenientes para una película con las limitaciones de medios de Diamond Flash. Carlos Vermut saca ventaja de esta desventaja con un virtuosismo admirable y elige rodar unas larguísimas escenas saturadas de unos diálogos maravillosos. A los actores de Diamond Flash no los conoce ni el tato pero están magníficos, que es de lo que se trata, porque huelen, todos ellos, al aroma ése de la frescura del amateurismo.
La vida personal del súper héroe Diamond Flash no es, ni mucho menos, perfecta pero él tiene igualmente que salvar el mundo lo mismo que Peter Parker tenía que salir a enfrentarse al Duende Verde en ayunas porque su nevera estaba semi vacía y la leche se le había agriado. Nadie nos ha contado nunca qué es lo que lee el Capitán América mientras está cagando o cómo reaccionaría si se quedara sin papel de baño en ese crucial momento y tampoco sabemos cuánto cobran los mercenarios de SPECTRA o si los terroristas de HYDRA lloran de pena cuando les deja la novia. Y ya va siendo hora. Yo tengo curiosidad por saberlo.
No se pierdan Diamond Flash porque es una joya cinematográfica y un motivo de orgullo patrio. Y no se desesperen, que no es tan rara como dicen por ahí. Un poquito de paciencia porque la perseverancia tiene su recompensa.