La historia de tu vida, de Ted Chiang


Tu padre está a punto de hacerme la pregunta. Éste es el momento más importante de nuestras vidas, y quiero prestar atención, captar cada detalle. Tu padre y yo acabamos de volver de una noche en la ciudad, con cena y espectáculo; es más de medianoche. Salimos al patio para mirar la luna llena; luego le dije a tu padre que quería bailar, así que me sigue la corriente y ahora estamos bailando lentamente, un par de treintañeros oscilando de un lado a otro bajo la luz de la luna como niños. No siento el fresco de la noche en absoluto. Y entonces tu padre dice:
-¿Quieres tener un hijo?
En este momento tu padre y yo llevamos casados unos dos años y vivimos en la avenida Ellis; cuando nos mudemos serás demasiado pequeña para acordarte de la casa, pero te enseñaremos las fotos, te contaremos las historias. Me encantaría contarte la historia de esta noche, la noche en que fuiste concebida, pero el momento adecuado para hacerlo sería cuando estés preparada para tener tus propios hijos, y nunca tendremos esa oportunidad.
[Del relato "La historia de tu vida"]

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Parecía un barril suspendido en la intersección de siete miembros. Poseía simetría radial, y cualquiera de sus miembros podía servir como brazo o como pierna. El que tenía ante mí caminaba sobre cuatro piernas, con tres brazos no consecutivos recogidos contra sus costados. Gary los llamaba "heptápodos".
Me habían mostrado grabaciones de vídeo, pero aún así me quedé con la boca abierta. Sus miembros no tenían articulaciones apreciables; los anatomistas suponían que quizá estuvieran sostenidos por columnas vertebrales. Fuera cual fuera su estructura subyacente, los miembros de los heptápodos se las arreglaban para moverse de forma desconcertantemente fluida. Sus "torso" se deslizaba sobre los miembros oscilantes con la suavidad de un hovercraft.
[Del relato "La historia de tu vida"]

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Cuando era niño, el juguete preferido de Robert era uno sencillo, un muñeco de arcilla que sólo podía caminar hacia delante. Mientras sus padres recibían a sus invitados en el jardín, charlando sobre la ascensión al trono de Victoria o las reformas cartistas, Robert seguía la marcha del muñeco por los pasillos del hogar familiar, haciendo que diese la vuelta a las esquinas o que volviese sobre sus pasos. El muñeco no obedecía órdenes ni mostraba tener ninguna inteligencia; si se encontraba con una pared, la diminuta figura de arcilla seguía marchando hasta que, poco a poco, aplastaba sus brazos y sus piernas y los convertía en aletas deformes. En ocasiones Robert le dejaba hacer eso, sólo para divertirse.
[Del relato "Setenta y dos letras"]

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Los lugares santos estaban siempre en sitios poco hospitalarios: uno era un atolón en medio del océano, mientras que otro estaba en las montañas a una altura de seis mil metros. Aquél al que viajó Neil estaba en un desierto, una extensión de barro reseco que se extendía varios kilómetros en todas direcciones; era un lugar desolado, pero relativamente accesible y por lo tanto popular entre los peregrinos. El aspecto del lugar sagrado era una lección práctica de lo que pasaba cuando los reinos celestial y terrestre se tocaban: el paisaje estaba cruzado por ríos de lava, anchas grietas y cráteres de impacto. La vegetación era escasa y efímera, pues su crecimiento se restringía al intervalo entre la llegada de tierra nueva por las inundaciones o los torbellinos o el momento en que ésta era arrancada de nuevo.
[Del relato "El Infierno es la ausencia de Dios"]

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Vio los vehículos de otros dos buscadores de luz que se acercaban. Comenzaron a conducir en paralelo, dirigiéndose al norte, pasando por encima de una sección de terreno cuajada de cráteres, saltando sobre los pequeños y girando para evitar los grandes. Los rayos caían por todas partes, pero parecían venir de un punto al sur de la posición de Neil: el ángel estaba directamente detrás de él, y se acercaba.
Incluso con los tapones para los oídos, el rugido era ensordecedor. Neil sintió que el vello se le ponía de punta según se acumulaba la carga eléctrica a su alrededor. Miraba una y otra vez por el retrovisor, intentando distinguir dónde estaba el ángel mientras se preguntaba cuánto debería acercarse.
[Del relato "El Infierno es la ausencia de Dios"]

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Annika Lindstrom, estudiante de segundo curso:
[…]
¿Quién no querría ser guapo si pudiera? Pregunten a cualquiera, pregunten a la gente que está detrás de esto, y apuesto que todos dirán que sí. Por supuesto, ser guapa quiere decir que a veces los idiotas te dan la lata. Siempre hay idiotas, pero eso es parte de la vida. Si los científicos pudieran idear una forma de apagar el circuito de idiotez de los cerebros de los hombres, yo estaría absolutamente a favor.
[Del relato "¿Te gusta lo que ves? (Documental)"]


[Alamut. Traducción de Luis G. Prado]

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