Solterona, de Kate Bolick


Con quién casarse y cuándo: estas dos preguntas definen la existencia de toda mujer, con independencia de dónde se haya criado o de qué religión practique o deje de practicar. Quizá al final le gusten las mujeres en lugar de los hombres o quizá decida, lisa y llanamente, que no cree en el matrimonio. Da igual. Estas disyuntivas determinan su vida hasta que obtienen respuesta, aunque sea con un "nadie" y un "nunca".

Así de contundente se muestra Kate Bolick al inicio del primer capítulo y tras el prefacio. Me interesaba mucho este ensayo (que sigue la línea ensayística y autobiográfica de otros libros que hemos comentado aquí, como H de halcón o El viaje a Echo Spring) por esta razón: su mezcla de memoria e investigación literaria. Pero también me interesaba porque vivimos tiempos en los que tratamos de derribar prejuicios, machismos, barreras, influencias del patriarcado… Esa imagen de la mujer como figura que debe casarse cuanto antes para criar a un montón de hijos y servir al marido en casa mientras sus sueños se evaporan va quedando, por suerte, obsoleta. Pero en absoluto significa que hayamos destruido todos esos prejuicios, esos lugares comunes… y de eso trata el libro de Bolick: de cómo advirtió que no quería representar el clásico papel de chica que tiene que casarse antes de cumplir cierta edad y de cómo varias mujeres le sirvieron de acicate y de modelos para ser soltera, escritora e independiente.

Esas mujeres fueron la articulista Maeve Brennan, la columnista Neith Boyce, la poeta Edna St. Vincent Millay, la novelista Edith Wharton y la socióloga Charlotte Perkins Gilman. Bolick investiga sus vidas, cita sus palabras, narra algunas de sus vicisitudes, visita los lugares donde vivieron, lee sus biografías y sus novelas y sus libros… y todo eso lo va entrelazando con su propia vida: su búsqueda de independencia, sus novios, sus primeros trabajos, sus mudanzas, sus miedos… Además de hablarnos de celebridades como Wharton o Brennan, la autora nos descubre a figuras tan emblemáticas como Millay, una mujer cuya obra no está traducida en España y que causó auténtico furor en su tiempo.

Como sucedía también en H de halcón, algo marcó la vida de Bolick: en este caso, la muerte de su madre. Si tienes suerte, tu hogar no es sólo el lugar del que te vas, sino también un lugar al que un día llegas, apunta tras contar la pérdida de su madre, que la sumió en el pesimismo, como demuestran estos apuntes:

Naces, creces, te casas.
Retrasas tus ambiciones, crías a tu familia, el cáncer te golpea a la mitad de tu vida.

Libros como éstos, aunque estén lejos de ser perfectos, me parecen importantes, me parece que no deben caer en el ninguneo. Debemos leerlos porque se necesita otro enfoque, otra actitud, porque no es aceptable que en la actualidad una mujer que decida ser soltera e independiente tenga que cargar con el sambenito de "solterona" (término despectivo que Kate Bolick se toma con humor y deportividad). Extractos:

En la actualidad, casi todas las escritoras que conozco han tenido que decidir en algún momento si aceptar o no el encargo de escribir sobre su vida sentimental, un brete que casi nunca se les presenta a los hombres.

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Cuando ella [Simone de Beauvoir] tenía mi edad, ya estaba casada y a punto de quedarse embarazada de mí. Empezaba a creer que este patrón de pensamiento –retrotraerme constantemente a mi madre, al punto en el que había empezado y del que había partido– no era idiosincrático, sino algo que muchas mujeres, si no todas, hacemos, un rasgo del ser mujer. "¿Los hombres también lo hacen?", me pregunté. Aún no me parecía posible estar viviendo con un hombre que mi madre no hubiera conocido. ¿Qué le parecería a ella mi extraño deseo de estar sola? ¿La voz que en mi cabeza decía que me olvidara de las fantasías de solterona y creciera de una vez era suya o mía? ¿O era la voz de algo más amplio, de la propia sociedad?

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Pero en todas las vidas siempre hay al menos un poco de soledad. La mayoría de la gente la sufre como un mero dolor reiterado que puede aquietarse meses o años cada vez y que de pronto estalla cuando se dan las condiciones adecuadas: mudarse a una ciudad en la que no se conoce a nadie, permanecer en un mal matrimonio, perder a alguien que se quiere, incluso hacer un recado, cuando sin más se da uno cuenta, en lo más profundo, de lo solos que estamos todos en el mundo y tiene que sacar fuerzas de flaqueza para no dejar la cesta de la compra en el suelo y salir corriendo del supermercado.

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Ha pasado más de un siglo. Hoy en día les decimos a las niñas que esperen a hacerse mayores para ser o hacer lo que quieran, pero la presión social por ser madre sigue siendo muy fuerte y rara es quien no sucumba, al menos en alguna ocasión, al miedo inquietante de que, si nunca tiene hijos, se arrepentirá de ello toda su vida.

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La elección entre estar casada y estar soltera ni siquiera tiene cabida aquí, en el siglo XXI.
Ahora la pregunta es totalmente distinta: ¿las mujeres son ya personas? Con ello quiero decir lo siguiente: ¿ya estamos preparados para que una mujer joven emprenda el largo camino de su vida como ser humano que tiene un sexo pero no está limitado por él? Aun con una lentitud atroz y con muchas paradas y comienzos a lo largo del camino, hemos ido evolucionando hasta esta nueva pregunta desde la misma fundación de Estados Unidos. Hasta que la respuesta sea un "sí" indiscutible, una niña no podrá crecer igual que un niño, con la libertad para considerar su vida a largo plazo su propio yo distinto del resto.


[Malpaso Ediciones. Traducción de Silvia Moreno Parrado] 

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