El lenguaje de la lluvia: prólogo de Javier Das

 



Prólogo


Por Javier Das




1.    José Ángel Barrueco

Se dice que Howard Carter dijo “Veo cosas maravillosas” cuando descubrió la tumba de Tutankhamon. A mí me pareció algo parecido la primera vez que entré en casa de José Ángel Barrueco (sin maldición de por medio, cosa que es de agradecer). La casa de Jab estaba hecha de libros, al menos revestida. Su mesilla de noche podía competir en las mismas ligas que algunas librerías de viejo, y por toda su casa eran varias las filas de libros superpuestas que robaban espacio al oxígeno. Si en la serie Friends, Ross y Joey construyen un fuerte con las cajas de cartón de una mudanza, nosotros podríamos haber hecho algo parecido con todos aquellos libros. Y en lugar de disfrazarnos de indios y vaqueros, habría tenido más sentido convertirnos, por ejemplo, en Cortázar y Bernhard.

Cuando en 2008 edité mi primer libro de poesía y me introduje en el mundillo poético de Madrid, José Ángel Barrueco ya estaba allí. Ya tenía un blog que era una referencia (lo sigue manteniendo actualizado a día de hoy), ya tenía libros editados que sólo se podían conseguir en librerías de viejo, ya formaba parte de esa literatura independiente que estaba a punto de explotar gracias, sobre todo, en nuestro caso, al Bar Bukowski y a una infinidad de editoriales que nacían con la idea de recoger esa vida en ebullición, aunque muchas de ellas cerrasen tras pocos meses, tras descubrir que el trabajo de editor supone un esfuerzo, en muchas ocasiones, titánico.

Recuerdo perfectamente el día que Marcus Versus contaba a David González que estaba pensando montar una editorial, y recuerdo también perfectamente la cara de sorpresa que se nos quedó a todos cuando nos dijo su nombre: Ya lo dijo Casimiro Parker. ¿Quién era Casimiro y qué había dicho?

Los que rodeábamos a Marcus no tardamos en mandarle nuestros manuscritos. Yo lo hice con Sin frío en las manos, y José Ángel Barrueco con Le aplastaré con mis versos. En conversaciones telefónicas nos preguntábamos sobre la respuesta de Marcus, convencidos de que, en caso de que uno de los dos editara con la nueva editorial, lo más normal es que el otro no lo hiciese, por una simple cuestión de probabilidad.

No hay camino al paraíso fue el maravilloso resultado que ninguno de los dos habíamos planeado. Un poemario a dos manos, dos libros independientes pero que se unían en la figura paterna, dos voces con dos mensajes diferentes unidos en un único proyecto.

Durante los meses siguientes compartimos bares, hoteles, cervezas, carreteras, recitales, más cervezas, más recitales, otros tantos bares. Fue allí donde nuestra amistad terminó de fraguarse, donde descubrimos que nos une un sentido del humor parecido, donde cada uno de nosotros se sirvió del otro para contener ese vértigo que supone subirse a un escenario y defender unos poemas frente a gente que no se conoce.

Fue también durante esa época cuando más coincidimos con otro de los nombres propios de la poesía independiente española: David González. Él fue el encargado de escribir el prólogo de nuestro libro, y con él compartimos también varias de esas presentaciones, otros tantos recitales cuando era David el que leía y, de nuevo, muchas cervezas, bares y emails.


2.    El lenguaje de la lluvia

José Ángel Barrueco tiene ya 52 años, dos hijos, mucha literatura a sus espaldas, unos cuantos manuscritos inéditos en el cajón y un universo poético propio.

El lenguaje de la lluvia es el resultado de haber juntado todos esos elementos. Es poder ver desde un lugar más calmado que la literatura no te ha dado todo lo que querías, pero que casi todo lo que tienes se lo debes a ella. Es haber recibido el golpe de perder una gran referencia en ese mundo propio, aunque esa referencia fuese en muchas ocasiones una bomba a punto de estallar. Es haber tenido que destinar buena parte de tu tiempo a ser padre y llevar una casa. Es el resultado de sentir que has perdido tantas peleas con la literatura, que ya no sabes si al final te has hecho amigo de ese gran dragón que custodia un tesoro. Pero no os confundáis, El lenguaje de la lluvia no es un libro triste, no es un libro pesimista. Como he indicado, la experiencia y el paso de los años te da una posición más calmada desde la que observar, y desde ese punto de vista José Ángel Barrueco nos habla de aquellas cosas que le importan. Y nosotros tenemos el placer de acompañarle.

El lenguaje de la lluvia está formado por varios capítulos. Su comienzo y su final nos muestran a un José Ángel Barrueco en ese lugar del que hablábamos antes, analizando su presente, rebuscando en sus éxitos y fracasos, convirtiendo su rutina en un mar tranquilo en el que sumergirse. Me gusta mucho Cosas de familia, la última parte del libro. En sus poemas encontramos al José Ángel Barrueco más reflexivo, aquel que nos hace partícipes de su paternidad y de lo que conlleva, que nos invita a entrar con él a su casa y nos comparte sus pensamientos. Aquel con el que, momentos después, buscaríamos un buen lugar donde compartir una cerveza y conversación.

El resto del libro, en realidad el grueso más importante, está dividido en dos nombres propios: Thomas Bernhard y David González. Junto a José Ángel Barrueco y su mujer viajaremos a seguir los pasos del primero, seremos participes en la búsqueda de un escritor que no quería ser encontrado una vez muerto, que probablemente no habría aplaudido todo ese tiempo invertido en llegar a su tumba para rendirle homenaje. Merece la pena leer con tranquilidad esos poemas, buscar en Google los lugares que se nombran, incluso recorrer los mismos con las herramientas que ofrece la tecnología. Merece la pena ser un viajero más con todas sus consecuencias, y pese a hacerlo desde un sillón o una cafetería, llegar a formar en nuestra mente nuestros propios recuerdos, nuestras propias imágenes, dándoles forma con las palabras que José Ángel Barrueco hace también nuestras en sus versos.

Y dejo para el final el episodio, con toda seguridad, más doloroso del libro. En unos pocos poemas (y no hacen falta más), José Ángel Barrueco revive para nosotros lo que supuso para él la muerte de David González, el vértigo de escuchar y tener que asumir la noticia, y el vacío que el paso de los días hace crecer en su interior, sin tener nada con que volver a llenarlo. Si empezaba este prólogo hablando de mi relación con José Ángel Barrueco era en buena medida para poder dar un contexto a esta última parte. Yo tuve el desgraciado privilegio de ser el primero en darle la noticia, y seguro que como a él, a la cabeza me vinieron tantos y tantos momentos compartidos. A José Ángel Barrueco le destroza  la muerte del poeta y amigo y lo comparte con nosotros. Y de paso, a su manera, seguramente de la mejor manera que podía hacerlo, con la literatura, le da un abrazo fuerte y solidario. Muchos de nosotros debemos parte de nuestro camino recorrido a gente como David. Te echaremos de menos.


3.    Díselo con balas

Quiero acabar este prólogo con una sonrisa, con una de las mejores anécdotas que tuvo nuestro paso por Blanca, en Murcia, para presentar No hay camino al paraíso. Creo que fue la primera y última vez en que se nos pagó el transporte, el hotel e incluso se nos dio algo de dinero por acudir a una feria de literatura. Nos alojábamos juntos en una habitación del hotel La Casa del Conde. El día que tenía lugar la feria, tras la misma y tras pasar por alguno de los bares que ofrecía Blanca, volvimos a la habitación del hotel a eso de las 4 de la madrugada. No recuerdo el motivo pero decidimos encender la televisión (supongo que había que esperar que la habitación dejase de dar vueltas). A esas horas esperábamos anuncios de la teletienda, donde los seres humanos parecen seres retrasados que necesitan cualquier tipo de herramienta para su vida cotidiana. Pero para nuestra alegría y sorpresa, el directivo de alguna cadena de televisión había decidido que era la hora perfecta para emitir un capítulo de El Equipo A, y como si de un poema de Bukowski se tratara, el título del capítulo te obligaba a mantener la atención. Díselo con balas. Aun así el alcohol pesó más que la acción de los 80 y en pocos minutos ambos estábamos roncando.  




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