En la Asamblea, hasta los «radicales honestos» pierden las formas ante un compacto bloque de corruptos de todos los partidos, entre los que se encuentran los hijos de los grandes bribones del patio, perpetuando la saga de caraduras con la complicidad de los que han vuelto a las instituciones después de lo de la Mina, y que desde Las Garzas amagan con abrir para volverla a cerrar, pero quien sabe.
La ministra de Educación, firma un acuerdo con una empresa millonaria que va a convertir a los jóvenes panameños en mano de obra barata; el alcalde de la capital se gasta la plata en luces sin dar respuesta a la situación financiera de la ciudad, pero les aplauden, a los dos, demostrando los ciudadanos que la corrupción y el juega vivo es el santo y seña de la mayoría.
Queda llorar por lo que nos sucede. Sigan celebrando las «dianas» del «Chacalde» (el Chikilicuatre panameño) u opinando en redes sobre la «representante» panameña en un concurso anacrónico que no sabe expresarse bien por escrito (pero nos hemos salido de las pruebas PISA), o gastando plata en quepis y batuteras para celebrar una patria que no existe más que para lucrarse de ella. Dejemos de ser ingenuos de una vez.
Nada que celebrar. Panamá es su gente, no sus símbolos. No hay valientes para dejar las calles vacías de este país como protesta contra el gobierno por lo que están haciendo en la Asamblea con el presupuesto. No somos un país valiente, somos esclavos de unas tradiciones absurdas que nos siguen dejando al margen del progreso que necesitamos.
Créditos: La caricatura que "escribe" con precisión meridiana nuestra circunstancia es del maestro Hilde.