2020 la realidad de la realidad – parte 1

 
















2020 la realidad de la realidad

 

 



 




Dedicada a las víctimas de la covid19

 

 

No hay mayor agonía

que llevar una historia

no contada dentro de ti

 

Maya Angelou

 














 

2020 la realidad de la realidad




Introducción



Todo empezó un veintinueve de diciembre de 2019. Esperábamos a un amigo para merendar y, en el último momento, canceló la cita porque lo habían llamado del curro.



Bueno, nos dijimos, mi pariente y yo: «Nos comemos el choco y nos vamos a dar un buen paseo». Como él no está para muchos trotes pues es un enfermo crónico con múltiples patologías, la vuelta duró cincuenta minutos. Cuando entramos en casa, un olor terroso y enmohecido inundó nuestros olfatos; el ambiente estaba enrarecido. A medida que caminábamos por el largo pasillo, comprendimos que algo no iba bien.



¡Dios! Al entrar al comedor, el techo estaba en el suelo. Justo, donde estábamos antes de salir. Ese día comprendí que 2020 entraba del revés y que la vida nos había dado una segunda oportunidad. No quiero lamentarme de las semanas que pasamos malviviendo entre escombros y albañiles. Al final, el asunto se zanjó con el dinero que nos prestó un amigo para poder arreglar el desgraciado siniestro que, de haber ocurrido una hora antes, nos hubiera sepultado.



Claro, una, se hace la fuerte. Pero, el cabello empezó a caerse, adelgacé varios kilos, el insomnio y el miedo poblaron mis horas de una vigilia sudorosa en la que, mi única preocupación, era saber por qué nos habían sucedido tantas desgracias desde que vivíamos en esta finca de marras que tanto me agradaría dejar.



Está claro que pretendía seguir como si todo fuera maravilloso, aunque era una mierda. Cuando quisimos dar portazo al fatídico asunto, llegó la covid19. Un día antes de que el presidente del Gobierno decretara el estado de alarma y el confinamiento domiciliario, comencé a llevar mascarilla. Hoy ocho de diciembre del año en curso, hace nueve meses que salgo con ella hasta para recibir al repartidor de Amazon.  Desde entonces, la vida ha dado un giro de ciento ochenta grados hacia la decadencia y la tristeza por los que nos han dejado en esta guerra contra un enemigo invisible.



La primera semana de confinamiento estuve en estado de shock, aunque intentaba que no se me notara demasiado… Salía para hacer la compra y tirar la basura. Y, mi único enlace con la sociedad, el gimnasio, estaba desaparecido en combate. El octavo día, como ese octavo pasajero llamado Alíen, decidí escribir en el blog los sentimientos que albergaban mi mente y corroían mi cuerpo. No lo hice por intentar sacar una buena tajada de la trágica situación en la que nos encontrábamos, sino para solidarizarme con esos millones de personas que, como yo, lo estaban pasando más negro que el alquitrán fundido que empapela las calzadas.



Ahora, en honor a las víctimas de la covid19, he decidido recogerlo en un solo manuscrito en el que convivirán las partes que escribí en el diario que llamé Cuarenténico con diferentes situaciones inverosímiles sucedidas a lo largo de estos meses de desolación y los poemas que salieron de mis entrañas –los apartados están fechados—. Desconozco qué pensaré al acabarla. No obstante, siento la necesidad moral de hacerlo.



Comienzo con un poema post Fine Annus horribilis, seguido de los primeros versos prepandémicos. Tan dolientes como los acontecimientos que nos devoraban a pasos agigantados.

 














Melancolía

 


Esponja

río nevado

flor malsana

 


El mundo

se agota a tus pasos

y tú te derrites con asco

 


Eres una porquería

que camina

etérea y fina

 


Sin rumbo fijo

sin cuerpo ni alma

que mira

 


No sabes a dónde vas

no sabes

decir mentiras

 

 

Tus ojos lloran

sin lágrimas

tu cuerpo tirita


 

Tu mente es de celofán

y la muerte ríe tu pena

de cerca


 

Ríe porque sabe

que le perteneces

lo demás, es pura tiricia

 

domingo 5 de febrero de 2020











 


Castigo


 

las cadenas de los muertos

se arrastran

el camposanto las mira

sueño que se torna pesadilla

campanas que repican

sin llorona que maldiga

ni boca agradecida

 

 

vida ardua y marchita

una ola que se apaga

en la playa del destino

la fragua de vulcano

yunque de la muerte

hierro forjado al aire

mentiras que tiritan

 

 

mirada cansada

de una niña viva

ojos incautos

de una anciana podrida

el amor se ha extinguido

entre cipreses

y copas de vino tinto

 

 

humo de tabaco

pulmones negros

oxígeno denso que no se respira

bocanadas supurantes

oscura está la mañana

oscura está la vida

el cielo llora y la Tierra expía


sábado 29 de febrero 2020 













Diario cuarenténico - Día 8


Estamos en el octavo día de este encierro maldito en el que somos calcomanías de lo que fuimos...  La desidia iracunda –que hace mella en mi organismo—, me atrapa poco a poco. Me he levantado a las 10:30, o sea, he perreado más de la cuenta. Por la noche, antes de acostarme, me dije: «Comienza tu diario cuarenténico». Pero, no atisbo el momento oportuno.  Hoy, domingo 22 de marzo, voy a ello.



Sé que muchas personas harán lo mismo, es bueno leer los sentimientos –por lo menos eso dicen los psicólogos—. Yo lo hago porque me gusta escribir y punto.



En fin, seguiré mi rutina apocalíptica de reclusión por huevos y porque el puto coronavirus nos quiere fulminar a todos. Que se vaya a tomar por el orto que ya se ha cobrado demasiadas víctimas y las que habrán… A lo mejor mañana ya no estoy en este mundo. ¿O sí? ¿Qui le sait?



Mi partenaire es un enfermo coronario con cuatro bypass. Está dentro del grupo de alto riesgo; no puedo evitar devanarme los sesos pensando en lo que le puede pasar. Lo que nos puede pasar. ¿Qué más da? Voy a preparar el desayuno y lo despertaré para desayunar, pero de lejos. Me apetece darle un achuchón, aunque me reprimo –como todos.



Estoy que me subo por las paredes, así que voy a montarme una clase de fitness casera donde las mancuernas son botellas o garrafas de agua. Hecha. He acabado más sudada que un pollo. Así que cabalgo hacia la ducha: calentita y acogedora como un abrazo materno. ¡Mola! Reconozco que me hubiera quedado un buen rato bajo el chorro. Sin embargo, no lo he hecho: hay que gastar lo justo.



Me he tragado un bocado grande de este domingo gris y lacrimoso. La ropa tendida en el salón porque hay tanta humedad que, fuera, no se seca ni de coña. El paisaje decadente que atisbo desde la ventana, me recuerda las casas del siglo pasado o las calles de Nápoles donde la colada se cuelga en medio de las callejas. La sensación a jabón del XX y a casas humildes, me sosiega.



¡Ahhh…! ¡Qué bien! Hemos comido paella. La he comprado hecha; soy una cocinera pésima y no tengo la menor ganas de aprender a guisar. Tenemos un chiringo de comidas para llevar que sigue abierto y, cuenta con paga, nos sale más económico comprar la manduca que hacerla.



Mientras mi chico hace la siesta, me he tragado el capítulo quinto de la segunda temporada de Kingdom. Un pensamiento ha girado, incesantemente, por mi cabeza: «Asia es el futuro». Desconozco qué ha pasado más tarde, ¡ah! Ya lo recuerdo… las tareas domésticas devoraron el atardecer simplón y hastiado de esta española de a pie. Esto no puede ser. En vez de seguir la corrección de mi futura novela, he buscado gel hidro-alcohólico por la red. No puedo centrarme en SIAH: El Ojo de Dios. solo tengo ojos y oídos para la pandemia.



¡Joder! En Amazon pillé a un vendedor externo, hijo de la gran puta, que vendía el envase de 500 ml de ANIAN a 35€ más gastos de envío. Un ladronicio absoluto ya que su precio habitual ronda los 5€. He denunciado dicho fraude a la megaplataforma, y, horas más tarde, el producto ha desaparecido de la web. No he parado de repetirme, ¿por qué los humanos somos tan execrables? Quizá nos merecemos esta horrible plaga. Mis creencias son poco ortodoxas, pero haberlas, las hay. Un Dios que puede ser energía o materia, que puede llamarse YHWH, Mahoma o Buda o lo que sea. Para mí, todos son el mismo. Un ente superior que nos ha abandonado o que, tal vez, juega con nosotros. Desde luego es cruel y malvado. Sí. Para muchos soy una hereje que se merece la hoguera. Lo dicho, ¿y qué?



Seguí un rato en Internet y me puse roja como una fresa madura cuando descubrí un tuit, del caballero de las letras, contestando a unos chavales que se quejaban del confinamiento. Le diría—: «Ciertamente tiene usted razón al afirmar que es un error enorme mirar el pasado con ojos del presente». Y añadiría—: «Igual de erróneo que mirar a la juventud con los ojos de la vejez». Lo siento señor Reverte, estamos pasados de vueltas.



Y, aquí estamos, tras los aplausos de las 20:00h que les profesamos a los agentes del orden, al personal sanitario, a los supermercados, a los transportistas y etcétera… A todos ellos y a nosotros los enclaustrados, que aguantamos el chaparrón con el culo apretado para que no salga la mierda. Manos que hacen ruido y arropan a este mundo perdido.



Antes de zamparme como una energúmena la tortilla de patatas de Mercadona y algunas lonchas de jamón, he bajado la basura y me ha invadido una grata sensación; las nubes se habían evaporado como por obra de magia. El aire freso y limpio ha golpeado mi rostro desde el patio al contenedor. Blande runner aún no llegó.



Domingo 22 de marzo 2020

 


Anna Genovés 2020

Todos los derechos reservados a la autora


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