Dos o tres cosas que tengo claras, de Dorothy Allison

 

Dorothy Allison, popular por Bastarda, hace aquí un recorrido por las mujeres de su familia (y ella misma): tías duras, consideradas feas y ásperas, que han salido adelante con tesón y mucha fuerza y resistencia ante abusos y violaciones. La autora incluye varias imágenes de infancia y juventud. Es un libro breve, que se lee en dos sentadas y deja huella. Las frases de Allison a menudo cortan, no se anda con eufemismos. Aquí van el inicio y dos fragmentos más:

“Voy a contaros una historia”, les susurraba a mis hermanas cuando nos escondíamos detrás de las colinas de tierra rojiza donde se cultivaban frijoles e hileras y más hileras de fresas. Sus caras eran flacas, afiladas, de pómulos altos y ojos inquietos, como la de mi madre, como la de mi tía Dot, como la mía. Aldeanas, es lo que somos y lo que siempre hemos sido. Nos llaman también “vulgo”, “cochambre”, “clase trabajadora”, “pobres”, “proletas”, “chusma”, “escoria” y “gentuza”. De todo ello, de todas nosotras, soy capaz de inventar una historia. Conseguir que sea bonita o triste, hilarante o turbadora. Revestirla de leyenda, de cierta aura, de romanticismo.

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El olor del sitio donde nací –Greenville, en Carolina del Sur– no se parece al de ningún otro lugar donde yo haya estado. Hierba húmeda recién cortada, manzanas verdes partidas en dos, mierda de bebé y botellines de cerveza, maquillaje barato y aceite de motor. Todo maduro, todo en proceso de descomposición. Perros de caza que se me abalanzaban a las pantorrillas. Gente que gritaba a lo lejos; grillos que estallaban en mis oídos. Era un paraje espléndido, lo juro, el lugar más hermoso donde yo haya estado. Hermoso y terrible. El paisaje de mis sueños y también el de mis pesadillas: cielo impoluto azul y rosa, tierra rojiza, arcilla blanca, y ese verdor interminable: kilómetros y kilómetros de sauces y cornejos y abetos.

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Mi familia acumula un largo historial de muerte y asesinato, duelo y negación, rabia y fealdad; en especial, las mujeres.
Las mujeres de mi familia eran circunspectas, varoniles, asexuadas, portadoras de bebés, lastres y desprecio. ¿Mi familia? ¿Las mujeres de mi familia? Somos las que salen en todas las fotos de catástrofes mineras, riadas e incendios. Somos las que salen al fondo, con la mandíbula desencajada, vestidos estampados y petos y batas sin cuello, feas, viejas y exhaustas. Recias, imperturbables, máquinas de parir hijos, anchas de caderas. Todas éramos anchas de caderas, estábamos predestinadas. Caras de pan y, por tanto, idiotas. Manos grandes, de bestias de carga, cabello sin lustre y ojos cansados, hojeando revistas llenas de mujeres tan distintas de nosotras que bien podrían haber sido de otra especie.  
 


[Errata Naturae. Traducción de Regina López Muñoz]

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