Cartas desde el manicomio, de Dario Džamonja

 

Un descubrimiento enorme. Dario Džamonja (1955 - 2001) tenía el mismo tono literario de dos de mis autores predilectos: John Fante y, quizá en mayor medida porque ambos emigraron a EE.UU., Serguéi Dovlátov. Esto es, un tono en el que predominan una mirada llena de sarcasmo, una poética que nunca cae en el sentimentalismo y una autocrítica siempre teñida de humor, aunque el autor bosnio tiene su propia voz narrativa. Para mí, Fante y Dovlátov y Džamonja (y también Bukowski y alguno más) logran el milagro de hacernos pensar que ser un perdedor no está tan mal, incluso que posee cierto estilo que, es obvio, sólo puede conferirle la literatura.
 
A caballo entre Sarajevo y algunas ciudades de Estados Unidos, entre la guerra y la paz, entre dos matrimonios y dos hijas, Džamonja escribe vistazos, relatos, él diría cartas, en los que se resume el drama del hombre al que sorprende la guerra, del tipo que emigra, del que siente morriña de su tierra aunque allá sólo haya masacres. Un hombre que bebe en exceso y que de vez en cuando suelta genialidades, como cuando le dice a su primera ex mujer: Dijana, yo en la vida he cometido dos grandes errores. El primero fue casarme contigo y el segundo, separarme de ti. Publica Sajalín y traduce, con mucha fluidez, Marc Casals. Así comienza la historia titulada “La otra cara de la moneda”:

Soy consciente de que, para el lector, todo esto que voy escribiendo tiene cada vez menos sentido y de que, tras leer mis relatos, se pregunta, con razón:
-Joder, ¿es que en esa América no hay nada bueno?
Allí viven más de doscientos cincuenta millones de personas y nadie se queja tanto, nadie lloriquea tanto como ÉL.
ÉL, que nació en una callejuela de Sarajevo, en un piso de una sola habitación sin baño propio (solo un inodoro turco que compartía con sus vecinos); que dormía en un mismo cuarto con su padre, su madre, su tío y su tía Ana (el abuelo y la abuela dormían en la cocina, en un viejo diván); que comía carne solo los domingos, y para quien la cocinita de leña era al mismo tiempo la calefacción y el “electrodoméstico” donde le hervían la sémola con leche, un plato que odia todavía hoy.
ÉL, que se convirtió en el alimento predilecto de las garrapatas y pulgas que emergían del suelo hecho de tablas de madera cubiertas con alfombras rústicas y de las paredes que no se habían vuelto a pintar desde aquella vez en que el archiduque Francisco Fernando visitó Sarajevo.



[Sajalín Editores. Traducción de Marc Casals]

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