Por la costumbre, es que se puede escribir un artículo,
opinando sobre el resultado del «¿debate?» sin que se hubiera hecho,
y acertar de pleno: solo hablaron paja, se defendieron de las mutuas
acusaciones («entre
todos la mataron y ella sola se murió»,
si pensamos en la democracia), y dejaron nuestra política a nivel subterráneo.
¿Que qué costumbre? Pues la de no decir la verdad, la de no
encarar los problemas con soluciones concretas, la de no decirnos el «cómo» y volver a aburrirnos
con el «qué», la de no respondernos
a cómo van a desmantelar el estado clientelista, que sigue robusto y parece
eterno. Y la costumbre nuestra de hacer comentarios después del «bonito show» sobre quién ganó
cuando, otra vez, hemos perdido todos por falta de un candidato con visión de
Estado.
Como de costumbre (se aceptan apuestas) abrirán las escuelas
sin sillas, sin estar acondicionadas, con huelgas de educadores, entre otras,
que mantendrán viva la llama de la protesta infinita y desgastante, como si
fuésemos unos Sísifos civiles cuya vida no es más que vivir en los
mismos problemas porque «así
es mi país», porque
«el panameño es
como es».
O cambiamos de costumbre o la previsibilidad matará el
idilio crítico —del que hablábamos hace días—, entre las instituciones y los
ciudadanos. Y, no cabe duda, es verdad que la pasión que no se canaliza bien en
las urnas termina en las calles, en barricas y paros que no conducen sino al
estallido de una sociedad cada vez más desafecta, que terminará por invocar a
un dictador y no a un presidente.
Artículo publicado el martes 5 de marzo en el diario La Prensa.