Todo empezó con los Cardiacos, el mítico grupo leonés, y aquella cinta de casete titulada Las discográficas no dan la felicidad, editada en 1979... Yo tenía entonces catorce años y escuché cientos de veces aquellos temas, Salid de noche, Volver al colinón, Chicas de Burda, Noches de Toisón, Lo tienes claro, hasta sabérmelos mejor (mucho mejor) que el padrenuestro... Hasta entonces había escuchado clásicos del rock progresivo, Pink Floyd y Deep Purple, sobre todo, algo de heavy y de rock, y por supuesto a los Beatles y a los Rolling y a Elvis, siempre presentes (además de a los cantautores antisistema de turno, Paco Ibáñez, Serrat o Moustaki, con los que nos bombardeaba a todas horas en casa mi hermana), pero a ningún grupo español del momento que, a mi juicio, mereciera realmente la pena... Y entonces aparecieron ellos, los Cardiacos, con aquel formidable casete, que para mí (y para muchos otros de mi generación) fue una auténtica revelación y la puerta a otros grupos de la entonces incipiente Movida... Poco después, todos en tromba, fueron llegando Siniestro Total (y su irreverente ¿Cuándo se come aquí?), Gabinete Caligari (y su emblemático Que Dios reparta suerte, de mis favoritos), Loquillo y los Trogloditas, Kaka de Luxe, Brighton 64, Los Elegantes, Pistones, Polanski y el Ardor, Derrribos Arias (con su inolvidable Poch a la cabeza), Sindicato Malone, La Frontera, Decibelios (Oi! Oi! Oi!), Glutamato Ye Ye o Los Ilegales, y por encima de todos ellos, Parálisis Permanente, con Ana Curra y Eduardo Benavente al frente, que se convirtieron en mi grupo de cabecera (quizás de un modo premonitorio de varias otras cosas: el haberles escuchado en su último bolo en La Tropicana, año 1983, justo antes del trágico accidente que le costó la vida a Eduardo; el descubrimiento, años después, de El Canto de la Tripulación y la poesía de El Ángel, decisiva en mi formación; y mi amistad reciente con Ana a raíz del último número de Vinalia Trippers, Spanish Quinqui)... El caso es que, volviendo al tema en cuestión, allí estaba de lleno metido yo, principios de los 80, con quince o dieciséis años, yendo a ver a todos aquellos grupos a La Madrágora y La Tropicana, y descubriendo fascinado la noche leonesa... Aunque para hacerme con aquellos discos cometiera, algo muy habitual en mí, un irreparable error: vender todos los anteriores (joyas que luego he echado de menos e incluso he llegado de nuevo a comprar) en el Rastro a precio de saldo, y también las colecciones de cómics de superhéroes y muchas otras cosas que ya ni recuerdo, todo por la causa, para mí entonces sagrada, de la Movida... A ella, desde mi cada vez más efervescente ciudad, me lancé de cabeza, pertrechado de boogies y patillas largas, y montando mi propio grupo, Veredicto Final, mezcla de ska y rock and roll y lo que nos saliera, con el que disfruté aporreando la batería de muchas psicotrónicas aventuras...
Vicente Muñoz Álvarez,
de Regresiones.
Nueva edición ampliada en LcLibros: