Cowboy de medianoche, de James Leo Herlihy

 

Con el título de Vaquero de medianoche, esta novela de James Leo Herlihy fue publicada en los 70 en España; la misma traducción fue rescatada en los 80 para una de esas colecciones de kiosco (y ya con el título célebre: Cowboy de medianoche). Son ediciones que no apetecía leer. Y, en caso de querer hacerlo, había que indagar en librerías de segunda mano. Me parece oportuno apuntar esto para que se note lo necesaria que es esta nueva edición: tapa dura, traducción de Ce Santiago, prólogo de Kiko Amat, todo a cargo de la nueva editorial Bunker Books. Un objeto de lujo que contiene un novelón, una de esas historias que los escritores norteamericanos de antaño sabían contar como pocos.

Midnight Cowboy es uno de esos libros a los que le ha tocado “crecer” a la sombra de su adaptación cinematográfica. Cuando la película es tan buena como El padrino, El buscavidas (y El color del dinero) o, en el caso que nos ocupa, Cowboy de medianoche, se olvidan un poco las fuentes originales escritas por Mario Puzo, Walter Tevis y James Leo Herlihy, respectivamente. Pero hay que acudir a ellas para descubrir que también son deslumbrantes.

Aquí tenemos la historia de un inocente paleto que proviene de Albuquerque y Houston, un cowboy sólo en apariencia y en vestimenta, cuyo aprendizaje y primeros años se nos desvelan en la primera parte del libro (que la película de Schlesinger no contaba, según nos recuerda Kiko Amat en el magnífico introito). En la segunda parte Joe Buck ya pulula por Nueva York y conoce a Rico “Ratso” Rizzo, un hombrecito tullido y enfermizo que sobrevive a salto de mata entre estafas de segunda fila y pequeños robos y duerme en pisos abandonados. Buck trata de abrirse camino como gigoló para mujeres ricas y como chapero para hombres desesperados. Ese camino está sembrado de decepciones, de encuentros donde jamás consigue lo que quiere. Buck suele irse con las manos vacías porque los clientes no tienen dinero o porque son avaros o porque ignoraban que se prostituía. Estos dos parias (interpretados magistralmente en el filme por John Voight y Dustin Hoffman) tratarán de cumplir un sueño simple: reunir dinero para irse a Florida.

James Leo Herlihy escribió una novela cuya prosa fluye con naturalidad, con personajes por los que uno siente piedad aunque sea imposible identificarse con ellos, uno de esos libros sobre perdedores ilustres del entorno norteamericano, en proceso de destrucción, voluntaria o involuntaria, donde entrarían también Drugstore Cowboy, Pregúntale al polvo, Leaving Las Vegas o Siempre medianoche, entre otras joyas rescatadas por algunas de las mejores editoriales del país. Una novela sobre los perjuicios de la soledad, sobre la decepción y la impotencia y la rabia de no conseguir dinero hagas lo que hagas, sobre cómo se construye una amistad en medio de esa selva que suele ser “la gran ciudad”. En Bunker Books, al parecer, van a publicar otras dos obras de Herlihy. Aquí van unos extractos:

Con sus botas nuevas, Joe Buck medía metro ochenta y cinco y la vida era distinta. Al salir de aquella tienda de Houston notó que un chasquido lo recorría de cintura para abajo: una especie de poder que no sabía que tenía se había liberado en su pelvis y podía sentir el mundo entero a través de ella. Músculos sin estrenar se le activaron en el trasero y las piernas, y cobró conciencia de una actitud completamente nueva hacia la acera. El mundo estaba abajo y él estaba arriba, encima, y en el espacio intermedio ahora reinaba un animal raro y hermoso: él, Joe Buck. Era fuerte. Estaba exultante. Estaba listo.

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Al regresar a la barra con aquel esquema mental, Joe advirtió que una persona que había llegado durante su ausencia lo estaba mirando. Era un hombre flaco con estatura de niño, de veintiuno o veintidós años, y se había sentado en el taburete contiguo al suyo.
[…]
Se estrecharon la mano. El enanillo sucio de pelo rubio y ensortijado se presentó como Rico Rizzo, del Bronx. Tenía un aura que sugería un conocimiento total de cuanto merecía la pena conocerse. Y sabía escuchar. Tenía unos grandes ojos marrones, duros y simpáticos, y unas orejas grandes que le sobresalían como si tuviese detrás unas manos invisibles ahuecadas para aumentar al máximo su capacidad auditiva.

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La uniformidad de los días y la sensación de estar atrapado sin perspectiva real de que las cosas pudieran mejorar, generaba en Joe una inquietud creciente, una agitación que en ocasiones era abiertamente dolorosa. Era como si Manhattan fuese su celda y la celda estuviese menguando a velocidad de pesadilla, y él estuviese condenado a moverse dentro con pasos cada vez más cortos hasta que acabara por aplastarlo.

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Así que ahí estaba, con aquella carga sobre sus hombros, responsable del bienestar de otra persona, una persona enferma y tullida. Pero, sorprendentemente, le gustaba la sensación que aquello le provocaba.

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No había fortuna alguna, pero la había buscado y de eso se trataba. Y ahora, en esta ocasión, igual no había para él ninguna vida normal, pero iba a buscarla a base de bien, qué puñetas, y no cejaría y se mantendría en sus trece hasta el día que muriera.



[Bunker Books. Traducción de Ce Santiago]

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