Diarios (tomo III). A ratos perdidos 5 y 6, de Rafael Chirbes

 

Nadie parece tener tiempo para leerse las quinientas páginas que hace falta leer antes de empezar a hablar de un escritor, pero todo el mundo tiene tiempo para quedarse media hora viéndolo en la tele, o para echar una ojeada a la página que, en el periódico, habla de él. Tendrían que prohibirnos a los escritores decir nada que no fuera por escrito, y negarnos a los novelistas el derecho a verter una solo opinión, o un comentario, sobre la novela que hemos escrito. Si quieres saber de qué trata, léetela.

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No puedes ejercer la piedad con nadie. Ves una vida a la deriva y no puedes cambiarla, alterar su curso, solo verla pasar. Lo único que de verdad cambia la vida de alguien es la violencia. Ejerces violencia sobre alguien y le cambias la vida.

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Uno querría que sus libros tuvieran éxito, pero que fuera un éxito secreto y apacible (lo cual es una aporía), un éxito que no tocara tus hábitos, ni te obligara a comportarte de distinta manera en el bar, ni te exigiera hacer declaraciones en los periódicos, ni ver tu carota en papel impreso. Eso es pedir la luna. Si lo pienso, en realidad eso es lo que he conseguido, casi la luna: mis libros siguen vivos y no me ha golpeado la fama con sus puños.   

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Como una buena parte de los libros que conservo son buenos, es lógico que me entren ganas de releerlos casi todos, lo cual me sitúa ante la brevedad del tiempo que, aun pecando de optimista, me queda por delante. Eso significa melancolía a espuertas, desánimo, y una angustiosa pregunta: ¿cómo ser capaz de escribir sin volver a leerme todo eso que he olvidado y es extraordinario? Letras de un desmemoriado.

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La edad te enseña a entender un poco mejor a los demás, a medida que se te va emborronando tu propia imagen.

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En el caso de que encuentren lo innombrable, ¿me veo con ánimos para operaciones, quimios y demás torturas?, ¿tengo suficientes ganas de vivir como para que digan de mí eso que dicen de todos los que se prestan al destace médico: está peleando como un jabato contra el cáncer, le ha plantado cara hasta el último momento, un pequeño y admirable héroe?, ¿de verdad quiero pelear como un jabato?, ¿ser un héroe de hostias cómo duele esto y qué náuseas produce y qué horror, y voy y lo aguanto? Todo eso, ¿para qué? Si lo mejor ya ha pasado, si haber cumplido sesenta y cinco años después de una vida de traca no está nada mal, si placeres, aparte del de la lectura (y alguna ráfaga de música que me pone los pelos de punta, o me sume en la melancolía), no me queda ninguno.



[Anagrama]

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