EN CALIFORNIA CON BUK por ALEXANDER DRAKE



Era agosto de 1993, yo tenía 18 años, y me encontraba con tres amigos en la ciudad de San Francisco. Meses atrás, uno de ellos, Sebas, me había pasado un par de libros de Bukowski, Factotum y Hollywood. El autor me impresionó. La forma de escribir de aquel hombre me pareció todo un descubrimiento. Su estilo directo, su lenguaje afilado y corrosivo, aquellas escenas de su vida tan sórdidas como atractivas, su ironía... Allí había algo distinto. Era evidente.

Como decía, durante ese verano de 1993 estaba en California con tres amigos, concretamente en la ciudad del majestuoso puente Golden Gate; de los tranvías más icónicos del mundo; de los miles de hombres que fueron allí en busca de fortuna durante la fiebre del oro a mediados del siglo XIX. Nosotros no sé qué diablos buscaríamos, pero estábamos allí. Cada cual con sus inquietudes particulares. Quizás siguiésemos la pista de Frank Morris y los hermanos Anglin. O puede que estuviésemos tras los pasos de la Bones Brigade y su Animal Chin. Cada cual tiene sus fantasmas. Espectros camuflados en la sombra. Una sombra alargada y muerta como en la que el propio Bukowski no tardaría en convertirse tan sólo siete meses más tarde. Pero en ese instante, él aún estaba allí de cuerpo presente, con 73 años, enfermo de leucemia, hecho polvo, en sus últimos meses de vida, en Los Ángeles, escribiendo a contrarreloj su novela Pulp y sus últimos poemas inmortales.

"Podríamos ir a visitarle…" me dijo Sebas (el mismo chico que me pasó Factotum y Hollywood meses atrás). Al fin y al cabo, ya estábamos en California, sí, pero la distancia entre San Francisco y Los Ángeles era de 600 kilómetros; y nuestro plan de viaje, junto con los otros dos amigos (ellos no sabían quién era Bukowski, ni les interesaba la literatura), no contemplaba en absoluto desplazarnos tantos kilómetros hacia el sur. De modo que aquello, sencillamente, nunca ocurrió. En cualquier caso, alguna vez he fantaseado con la idea de haber bajado con Sebas hasta Los Ángeles durante aquel verano de 1993 y haber ido en busca del viejo Buk. Nos hubiésemos acercado a la estación de Greyhound y habríamos viajado en autobús durante 8 horas agónicas. Después hubiéramos cogido otro bus durante una hora más para llegar a San Pedro, y desde allí un taxi para llegar por fin al 1148 de West Santa Cruz Street. Hubiésemos tenido el detalle de comprar por el camino algún libro suyo para que nos lo firmase, y también le habríamos llevado alguna bebida sin alcohol como ofrenda de paz y buenas intenciones (ya que en sus últimos años Bukowski dejó de beber). Una vez frente a la casa tocaríamos el timbre. Supongo que Linda Lee, su mujer, nos hubiese abierto la puerta, y nosotros, dos adolescentes barbilampiños y con pinta rara, le hubiéramos dicho que veníamos desde Europa para conocer en persona al gran Charles Bukowski. Supongo que eso le habría provocado media sonrisa y, escuchando nuestro marcado acento extranjero, nos hubiese invitado a pasar durante unos minutos. El viejo Charles, seguramente, estaría en el piso de arriba, escribiendo algún capítulo de Pulp, su última novela, o quizás algún pensamiento fugaz sobre sus tardes de gloria en el hipódromo, o sobre el hecho de que ya no necesitaba estar borracho para poder escribir. Sebas y yo le hubiéramos saludado con entusiasmo, le hubiésemos estrechado la mano con fuerza, y nos habríamos sacado una foto con él, por supuesto. Hubiese sido bonito. Habría estado bien, claro, pero aquello nunca sucedió. Nuestro plan de viaje no contemplaba desviarnos 600 kilómetros hacia el sur. Toda nuestra estancia allí se centró en el norte de California, y fue un gran viaje, no cabe duda. Pero eso no quita para que, algo en mi interior, me diga de vez en cuando que conocerle en persona hubiera sido curioso, que hubiese sido especial, que habría sido una gran anécdota que poder contar durante toda la vida, o quizás no… Puede que nos hubiera echado a gritos de su casa y que se nos quedara la impresión de que aquel hombre era un loco desequilibrado y un viejo cascarrabias. También podría ser…

En cualquier caso, y fuera como fuese, justo hoy, mientras escribo estas líneas, estamos a 16 de agosto de 2023. Por lo tanto, han pasado exactamente 30 años de aquel viaje. Pero lo que es más sorprendente es que justo hoy, 16 de agosto, es el cumpleaños de Charles Bukowski. De seguir entre nosotros, “el viejo indecente” hubiese cumplido 103 años. Felicidades, Buk; este texto es mi pequeño regalo; mi pequeño homenaje; mi pequeño tributo. Llámalo como quieras. No te conocí en persona, pero conozco toda tu obra; y todo el mundo sabe que ahí dejaste plasmada toda tu vida.

Alexander Drake


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