EL MUNDO FLORECE PARA SER ESCRITO: Preámbulo por Cristina Morano.



A veces, al poeta le cambia la voz. Sucede que hay textos, cosas que nacen entre los dedos, vivencias nuevas, ideas que al escribirse nos alteran la perspectiva, nos borran los adjetivos, nos desplazan las costumbres hacia el campo de lo no sabido.

(Nota 1: Conozco el caso de Joaquín Piqueras, poeta cartagenero del rockandroll y del realismo crítico, que escribe haikus con delicadeza. También Gsús Bonilla puede tener una voz de poeta bronco, que denuncia al mundo, pero cuando habla de lo vegetal muta en un autor tangente al arcano oriental.)

A veces el Tema es tan poderoso que el autor necesita escribirlo con otro tono y hasta otro vocabulario, distintos de su estilo habitual: una enredadera le ha trepado a los ojos. Un tallo de salvia, un romero florecido le dicen: "Mira eso", y "No somos como nos pintaron". Porque la botánica empezó como exposición de acuarelas, porque lo vegetal ha sido estudiado ya muerto: prensado en las páginas de un libro expuesto en un Museo, medido entre los dedos del naturalista, una vez ya arrancado. Los científicos han dicho: las plantas no sienten. Y argumentaban para ello una raíz lavada, unas corolas disecadas. Lo vegetal ha tenido que mutar al virus y al veneno para llamar la atención del poeta clásico. Por último, encasillaron al jardinero como amante surgido de lo bruto natural para casadas ociosas.

¡Cuánto hay que derruir! Cuánto mitos estúpidos seguimos calentando en nuestra poesía, como si fuéramos viejitas metódicas en el error, perezosos escribientes de costumbres inamovibles: para la belleza usar el brezo y el amanecer, para la denuncia usar el asfalto y el sindicato. Órdenes, órdenes, ¡indicaciones para el autor moderno!

Se diría que mezclar la denuncia y un tallo de hierba no está al alcance del poeta. Que toda crítica al Sistema o a nosotras mismas debe hacerse desde la perspectiva urbana, desde el residuo o desde el apartamento de clase media.

¿Es inocente la Botánica? ¿Alberga solo información? ¿No es una ciencia como las demás, sujeta al contexto de los regímenes Antiguos, donde había una jerarquía –y así han sido también jerarquizadas las especies–?

Acaso torturamos a la hierba para que produzca solo césped, o a los árboles para que crezcan sin raíces hondas. Este enunciado no es una pregunta.

Podría el lirio dejar de simbolizar la monarquía. Podría la Primavera dejar de simbolizar renacimiento para significar la ansiedad social de la competición capitalista ("invitándonos/ a salir/ de las cavernas/ para devorarnos"). Estos enunciados no son una pregunta.

Es cierta la anécdota según la cual una noche soñé con Gsús Bonilla y oí: "El mundo florece para ser escrito". Gsús ha usado este don –fruto de qué, no lo sé–, como título de este libro. He estado pensando en ello, a raíz de releer estos textos para componer un pequeño pórtico a la voz del autor. Quizás lo correcto sea "el mundo florece para ser re-escrito", es decir: para que el poeta abata los significados caducos, pode los símbolos ajados, y re-signe flores u hojas con las nuevas verdades que nos vamos descubriendo.

Establecemos que algunas de estas verdades descubiertas son:
Un roble, antiguo árbol de dinastías reales, es un silencio.
La rosa silvestre, ideal de belleza, es una revuelta contra el tiempo.
El cardo, que se bordaba en los mantos de las Vírgenes como símbolo de castidad, es un alimento delicioso.
La datura, antaño flor de alucinógenos, es adorno pequeñoburgués de vallas municipales.

Pero el libro de Gsús Bonilla no solo contiene una re-escritura del mundo, con su correspondiente crítica de lo que es "tan bello como injusto", sino que contiene dibujos, contiene sus diarios, contiene reflexiones ordenadas según las estaciones, contiene otros Cuadernos.

El libro tiene una estructura visible, se divide y se ordena en leves capítulos precedidos por una planta, a la que sigue una prosa explicativa que a veces solo describe la especie, pero a veces también linda con la poesía y establece metáforas, cuenta vivencias, declara nuevos significados de flores o tallos. A esa prosa la sigue un poema que versa sobre lo antedicho, y en algunas ocasiones, a este poema vertebral le acompaña otro poema que forma parte de otro Cuaderno, de un otro reflexionar.

Podríamos leerlo como un manual de manejo de vegetales o de maquinaria, estudiarlo hasta aprender de memoria las nuevas metáforas, abandonar ya los viejos significados, hacer poesía con esta textura del planeta vivo que no es como nos contaron.

(Nota 2: ¿Podrá ser esta nueva Enciclopaedia Vegetalis de Bonilla el manual informado de la era pandémica? ¿Están aquí las razones de la perturbación del virus que nos tumba? Si el reino animal es una granja intensiva y el reino vegetal es un laboratorio, el humano será el robótico limpiador de establos, el brutal domador de fieras que van –y en el fondo, lo sabemos– a devorarle. Este enunciado no es una pregunta.)

"He visto cómo el agua/ es impredecible/ coge atajos/ se desborda/ he visto cómo el agua/ se acomoda y se estanca/ he visto cómo el agua se recoge/ he visto cómo el agua se conduce/ he visto cómo el agua se evapora".

Voy a revisar mis libros: quiero llenarlos de hojas caídas, de florecillas tardías del otoño. Que no estén tan limpios en sus estanterías, que no tiendan a lo muerto, que no sean puros guardianes de la nada. Habrá semillas entre sus páginas. Cuando yo no esté, que esa celulosa, ya podrida, sea un lecho donde se abran y prosperen.

(Nota 3: un arqueólogo halló semillas de trigo fósiles en una tumba egipcia de 3.000 años de antigüedad. Plantó algunas en una macetita de su casa y germinaron. El arqueólogo se pregunta: "¿Qué es la muerte?".)

Cristina Morano,
Preámbulo a El mundo florece para ser escrito,
de Gsús Bonilla
(La Oveja Roja, 2023)


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