Ningún fan de Michael Mann en general y de la película Heat en particular debería perderse este libro. No sé si será la primera vez que alguien hace algo similar: que la precuela/secuela de un filme sea una novela (sólo recuerdo el precedente de Chuck Palahniuk, que se sirvió del cómic para la segunda parte de El club de la lucha).
Como el propio Mann explica, había escrito breves biografías para entender por qué sus personajes actuaban así. Recordemos a Neil (Robert De Niro): alguien un poco huraño y misterioso, que en principio no quiere atarse a nadie. O a Vincent (Al Pacino), un tipo que arrastra matrimonios fracasados y obsesiones con los cadáveres que dejan los criminales a los que persigue.
En Heat 2 conviven al mismo tiempo la secuela, la precuela y el resumen de la película. Mann y Gardiner parten de la huida de Chris (Val Kilmer), el único atracador que sobrevivía, para contarnos lo que ocurre entre 1995 y 2000, y de paso retroceder a 1988, cuando los polis y los ladrones aún no tenían tantas heridas sentimentales. Y pone en juego a un par de personajes nuevos que servirán de enlace entre el pasado y el futuro, entre ellos un psicópata que da mucho juego.
El resultado es una novela negra muy potente que a mí me sedujo ya en las primeras páginas. Los autores también introducen el tema de la informática y los virus y los adelantos tecnológicos que Mann trataba en Blackhat. Y sus personajes, a lo largo de 500 páginas, cambian de año y de país y de identidad y se persiguen y se tirotean y no nos dan respiro. Una de las cosas que más me han gustado es cómo Mann completa la identidad de sus personajes; de Neil dice, por ejemplo: El cariño condiciona la toma de decisiones. El apego, implicarse con alguien. La emoción te lleva por senderos tangenciales en vez de ponerte en la trayectoria de menor riesgo y de mayor recompensa. Hace que la gente que te importa resulte herida.
Aquí van dos fragmentos:
Al entrar en la escena de un crimen, Hanna daba un primer paso y entonces se detenía. Los examinadores forenses, los técnicos, los fotógrafos y los agentes policiales de pronto se quedaban quietos. Conocían su rutina. Dejaban de medir, de fotografiar, de trazar esbozos y de hablar de la barbacoa del fin de semana pasado en Michigan City. Hanna se despejaba la cabeza y escudriñaba la estancia de izquierda a derecha sin detenerse. Se fijaba en la mujer muerta con la herida de bala de gran calibre en la cabeza, en sus ojos negros, en los muebles volcados, en el olor acre de la comida quemada que estaba preparando. Veía en la repisa de la chimenea fotos suyas con el vestido de la confirmación, con el de la graduación del instituto; o de ella con su bebé en brazos. No había fotos de boda. Madre soltera.
Entonces entraba en la habitación. El trabajo se reanudaba a su alrededor. Sabía que aquella primera impresión le ofrecía información de la que no sería consciente hasta más tarde, cuando interrogara al hijo, un chaval de veintidós años caprichoso y sin futuro cuyo negocio de aficionado al narcotráfico salió mal y al que la gente a la que pensaba que podía joder se pasó a hacerle una visita. Al no encontrarlo en casa, en su lugar dispararon a su madre.
**
-Te admiro. –Neil se vuelve hacia las dunas. Sacude la arena, borrando una de sus huellas.
-No atravesaréis las dunas –dice ella, de nuevo en inglés.
-No –le responde con un suspiro–. Solo quería recordarme a mí mismo lo deprisa que se borran las cosas. Todo llega y todo se va.
-¿Estás filosofando?
-Todos somos pisadas en una playa. Llega la marea y es como si nunca hubieras estado allí.
-Eso lo escribió un tipo llamado Albert Camus –dice ella ladeando la cabeza–. ¿Qué clase de nombre es ese?
-Francés –responde Neil.
Ella lo mira y en sus ojos se refleja el brillo de la noche.
-Ahora estoy aquí.
-Exacto. Esa es la cuestión. Ahora estamos aquí. No existe una gran razón por la que existimos. No hay un propósito. No hay cielo ni infierno esperándonos en función de cómo recemos. La única pregunta real es: ¿por qué seguir viviendo? ¿La vida lo merece? ¿Por qué no suicidarse? El único juicio es cómo empleamos el ahora.
-Yo no quiero ponerle fin. Si esto es lo que tenemos, mejor vivirlo.
-Sí. Lo único que tenemos es este momento. Lo vivimos, conscientes de lo que significa: nada. Pero lo vivimos a tope. De eso se trata.
-¿Dónde leíste eso? –le pregunta ella.
-En Folsom. ¿Qué es mi vida? ¿Por qué matar el tiempo? ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué significa todo esto? Me fui a la biblioteca y dije: “¿Dónde está la filosofía que explica por qué estamos aquí y qué hacemos con el tiempo? Lo que significa mi vida”. El tío del carrito de libros me remitió a Camus.
-Es muy fuerte –le dice ella–. Por eso te quiero, hombre loco.
[Harper Collins. Traducción de Carlos Ramos Malavé]