La virgen y el gitano, de D. H. Lawrence


En un capítulo de Leer como un profesor, Thomas C. Foster habla del agua como elemento presente en muchas novelas (sea en forma de lluvia, de inundación o de marco que crea una atmósfera en el relato) y cita la irrupción del agua al final de La virgen y el gitano. Entonces recordé que tenía el libro por casa, sin leer, y me puse a ello.

La virgen y el gitano constituyó un escándalo en su tiempo. Leído ahora, en pleno siglo XXI, no somos capaces de entender esa polémica: ni siquiera Lawrence introduce descripciones de actos sexuales, y nunca queda claro si la chica ha llegado a fornicar con el hombre. Intuyo que la polémica procedía de la etnia del tipo del que Yvette, la protagonista, se enamora: un gitano. Porque Yvette, cada vez que el gitano la mira, se pone cachonda (Lawrence no lo dice tan a las claras, pero lo cuenta de manera que ése es el mensaje que nos llega).

Hay algo, sin embargo, que me llamó más la atención que la historia de ese amor hecho de miradas e insinuaciones: la vieja amargada que habita en la casa donde la chica vive. La vieja es la abuela de Yvette y es una mujer odiosa cuya conducta recuerda un poco al entorno de La casa de Bernarda Alba. El dominio a que trata se someter a la familia y las relaciones (tensas, casi siempre) entre el padre, sus hermanos, sus hijas y su madre, son, al cabo, lo más interesante de la novela.


[Impedimenta. Traducción de Laura Calvo Valdivieso]

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