Las hojas de los chopos hoy, de camino a Boñar, más hermosas y reveladoras que nunca, pura mística y ensoñación, como una catedral incendiada en el horizonte, un sendero iluminado hacia el cielo... Eso pensé yendo a Boñar esta mañana para intentar vender zapatos, últimos coletazos ya de la ruta, tras tantas noticias trágicas, muertes, guerras, inflación, sinrazón, hipocresía, mal gobierno y ausencias, eso, como terapia para no hundirme aún más, pensé... Y que necesitaba algo así también, ese contacto con la naturaleza y la tierra que al menos a mí tanto me sana, no las noticias manipuladas por el capitalismo, el control y la distopía, sino este sortilegio de otoño que nos regalan ahora mismo los bosques, las setas comenzando a asomar ya sobre el musgo, el olor de la yerba mojada y la visión del águila, esos misterios... Voy terminando la ruta visita a visita, como en un maratón hacia lo más profundo de mí, naufragio tras naufragio, ciudad tras ciudad y pueblo tras pueblo, intentando mantener la armonía y el tipo, y estas son, me dije mientras conducía, las cosas que ahora necesito: ese contacto con la pradera y los chopos, ese ocre iluminando los bosques, ese olor primigenio en las manos y estos milagros... Y que no hay camino sin curvas, tampoco, rosas sin espinas, poema sin sudor ni corazón sin sangre: esas pequeñas verdades que a menudo, con el volante en las manos, me tengo que recordar...
Vicente Muñoz Álvarez
Foto por Marlus Leon