Espacios sin aire, de Shulamith Firestone

 

 

En la editorial Muñeca Infinita continúan la labor de rescate de autoras aquí inéditas y en las que nadie antes había reparado (hablo de España). Espacios sin aire, de Shulamith Firestone (1945 – 2012), autora combativa y símbolo del feminismo, es un sorprendente y doloroso libro inspirado en todo cuanto concierne a la enfermedad mental, que padeció ella misma durante años: las estancias hospitalarias y las rutinas en esos lugares, aderezadas siempre de hostilidad, exceso de fármacos y otras imposiciones que lastraban el ánimo de los pacientes y los empeoraban; las biografías breves de un puñado de perdedores a lo que conoció la escritora; la vida al salir del hospital, que no es mejor que antes de la entrada porque el desequilibrio no se reduce, sólo ha sido controlado y reprimido; los suicidios de amigos y conocidos; el encuentro con algún que otro famoso…

Firestone eligió contarlo mediante textos (en su mayoría breves) en los que no sólo relata sus trastornos y sus infortunios, también los de otras personas. Esos textos cobran a veces la forma del cuento, en otras ocasiones parecen pequeños ensayos, e incluso trozos de memorias donde pasa a la primera persona del singular. El conjunto, híbrido, plural, con párrafos que escuecen, ofrece un retrato nada complaciente del funcionamiento de las instituciones de antaño (basta con asomarse a Alguien voló sobre el nido del cuco, novela y película, para entender las intenciones de Firestone), que a menudo no sólo no curaban al paciente enfermo, sino que enfermaban al inquilino sano que entraba ahí por un diagnóstico erróneo o por la imposición de sus familiares.      

Veamos, de muestra, este fragmento del texto titulado “Parálisis emocional”:

No podía leer. No podía escribir. Cuando llegó al hospital la primera vez estaba leyendo el Infierno de Dante, según recordaba, y a un ritmo bastante bueno, pero al salir no podía siquiera hojear una revista de moda. Las palabras rebotaban en su frente como si fuera de acero; no podía prestar atención al contenido de ningún material escrito, fuera serio o liviano. ¿Por qué? ¿Por qué leer eso? ¿Por qué absorberlo? Esa incapacidad también afectaba a películas y cintas de vídeo, ordenadores y teléfonos; los últimos avances asombrosos en la tecnología la dejaban fría, apenas podía encender una radio, ni hablar de programar una grabación de vídeo.
El tiempo que alguna vez llenaron la escritura, la lectura y el cine quedó vacío. Tampoco quería salir a divertirse. Estaba envejeciendo y además no tenía dinero. Sus viejos hábitos de recluirse y evitar toda distracción seguían funcionando, pero ya no tenía nada por lo que recluirse y evitar distraerse. De vez en cuando se esforzaba por escribir, pero la vieja emoción de hacerlo no venía o, si lo hacía, se apagaba por la mañana después de su medicación nocturna. Era como follar por obligación. Cada palabra salía con dolor y mucho trabajo. Pero al igual que en el sexo, incluso la masturbación, lo que le faltaba era iniciativa.




[Muñeca Infinita. Traducción de Claudio Iglesias]


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