CRÓNICA DE LOS DÍAS QUE PASAN por NURIA VIUDA



Qué tiempo tan extraño este de la calima y el sopor.
La ciudad, varada en el asfalto, es un gigante grisáceo a punto de hundirse en un pantano humeante que rezuma alquitranes a cuarenta grados. Caminar ha sido insoportable. Los pájaros huyeron hacia los aleros, escondieron su misterioso canto con afán de no caer fulminados sobre la brea, que semeja una gelatinosa e informe masa rugosa.
Estallido. Parir soledades. Parir sillas desiertas en las bifurcaciones de terrazas callejeras. Parir calor, las aceras paren fuego y precipicio. A las ventanas de las casas no se asoma nadie. Nunca fue tan difícil la tarde, ni el mediodía, ni la quietud de las ramas en la noche. Los animales permanecen agotados, estiradas sus patas en la penumbra del arbusto más próximo al río. Causa de delirio. Causa de acedía. La causa del vibrante espejismo y la presencia de un rumor extraño, como de nube antigua y mate que es talco, y es vaharada, y es polvareda, y es rugir de marabunta, y es ubicación del silencio en suspensión.

*

La ciudad se desploma al graznido del pájaro insolente. Como un caudal premonitorio de estanques vacíos, desecados por la calima que se cuela y ya es humo.
Al norte está ubicado el silencio. En el sur, el vacío de voces quebradas por la rabia, despierta a los niños que dormitan ajenos al rugido. Cabe esperar que al este puedo desprenderme del hastío de una tarde anaranjada que quema la piel. Al oeste, las olas esperan miles de piececitos ansiosos de salitre, de yodo, de puro amor que se desliza temblando en las mañanas de julio, este mes en que la luz es estrépito y deseo.

*

Escala de grises y humaredas. Viento del norte que esparce las cenizas de un verano de fuego. Deshollinando el tiempo, nos hemos convertido en mudos espectadores de lo avecinado, de lo impropio, de lo canallesco.
Se ha oscurecido el día antes de hora. Un julio desplomado, un cielo de pesadumbre y umbría, que aplasta las fachadas de esta ciudad hundida en el extraño truco de lo anti maravilloso.
Ha regresado un aroma de batalla lejana, de astilla y de maderas nobles ardiendo en el hueco de la escalera imaginaria de la mansión del bosque. La mansión que habitamos y era pulmón, y vida, y oleaje de espigas, y emoción de luz tibia en el frescor de la tarde. Paisaje y fruto universal convertido en costumbre. La solución será abrir las puertas del trueno, y dejar pasar a las colas de la lluvia, o a las bolas de la suerte, para que brote la verdadera nube en el paisaje.

Nuria Viuda,
de Crónica de los días que pasan.


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