El maestro Juan Martínez que estaba allí, de Manuel Chaves Nogales

 

 

En Rusia, me he convencido luego, el problema está en serle simpático o no a la gente. Es como en España. Cuando se cae en gracia, todo está resuelto. Pero si no se cae en gracia, se muere uno sin poderse valer. Los rusos no son malas personas, pero sí muy desiguales, arbitrarios y caprichosos.

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A un lado del anfiteatro había una habitación más pequeña, en la que estaban amontonados los brazos y las piernas de los cadáveres descuartizados por los bolcheviques. En otro montón estaban los troncos y las cabezas. En el centro de la habitación había un tajo y un hacha. Al tener que evacuar la población, los bolcheviques habían dispuesto que los cadáveres de los presos que iban fusilando a prisa y corriendo en los sótanos de la Checa fuesen trasladados al anfiteatro para que los descuartizasen, dificultando así el que fuesen reconocidos. La gente se acercaba a aquellas masas informes de carne humana, y con el regatón de los bastones iba revolviendo la carnaza en busca de un indicio cualquiera, un mechón de pelo, el color de los ojos, un lunar, una cicatriz o sencillamente un cinturón o unos gemelos que les permitiesen identificar a sus muertos queridos.

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La guerra civil daba un mismo tono a los dos ejércitos en lucha, y al final unos y otros eran igualmente ladrones y asesinos; los rojos asesinaban y robaban a los burgueses, y los blancos asesinaban a los obreros y robaban a los judíos. En cuanto la guerra y el hambre les quitaron aquellas virtudes de caballerosidad, corrección, disciplina, pulcritud y elegancia, que era su orgullo en los tiempos del zar, los antiguos militares se convirtieron en una horda que no tenía nada que envidiar en ferocidad a las de los bolcheviques.

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A los ojos del pueblo, empobrecido y hambriento, tan feroces aparecían unos como otros; si tiranos eran los blancos, más lo eran los rojos y tanto desprecio tenían por las leyes divinas y humanas éstos como aquéllos. Pero los rojos eran unos asesinos que pasaban hambre y los blancos eran unos asesinos ahítos. Se estableció, pues, una solidaridad de hambrientos entre la población civil y los guardias rojos. Unidos por el hambre, arremetieron bolcheviques y no bolcheviques contra el ejército blanco, que tenía pan. Y así triunfó el bolchevismo. El que diga otra cosa miente; o no estuvo allí, o no se enteró de cómo iba la vida.

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Ha sido el único momento de mi vida en que me he sentido bolchevique. Y lo mismo les pasó a todos los rusos, fueran o no revolucionarios. Los tiranos de fuera nos hicieron preferir mil veces a los tiranos de dentro.


[Libros del Asteroide] 

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