SUPERHÉROES (Y la Transición)



Y estaban también, por supuesto, los superhéroes: Spiderman, los 4 Fantásticos (la Cosa, el Hombre elástico, la Mujer invisible y la Antorcha humana), Namor (con sus pequeñas alas en los pies), Estela Plateada, la Patrulla X, Hulk, Doctor Extraño, los Vengadores, el Hombre de Hierro, Dan Defensor, Conan, Thor, etc, etc... Ellos marcaron en mi memoria infantil, más que ninguna otra cosa, lo que los mayores llamaron la Transición, o dicho de otra manera: el puente entre la dictadura y la democracia... Hasta que murió el Innombrable: Roberto Alcázar y Pedrín, el Capitán Trueno y el Jabato (mi preferido), que mi padre me compraba religiosamente cada fin de semana, para incitarme a leer, en el quiosco de Santo Domingo... Y después, a partir de entonces (hablo de 1975), los superhéroes de la Marvel, algo ya muy distinto, outsiders, estigmatizados y malditos... Cuántas tardes y noches arrebatado con aquellos gruesos volúmenes entre las manos, soñando con ellos, salvando al mundo de amenazas y sortilegios, aprendiendo el sentido del honor y el dolor, de la venganza y la furia, de la ira y el miedo... Todos me gustaban, pero tres eran mis favoritos: Spiderman (Peter Parker), por ser tan cercano y sencillo, por su fantástico uniforme y sus superpoderes, y sobre todo por sus archienemigos, el Duendecillo verde, el Hombre de arena, el Doctor Octopus, Doctor Muerte o Kraken el cazador... Cómo se las hacían pasar al pobre Peter, humillado y golpeado y ninguneado (todo ello muy beat) y sin un céntimo en los bolsillos... Luego Estela Plateada, más solitario y melancólico que ninguno, surcando las corrientes cósmicas, navegando en su tabla por el universo como un arquetipo perfecto de la tristeza infinita... Y el más oscuro de todos: Doctor Extraño, defendiendo la galaxia de amenazas místicas, críptico e indescifrable en su Sanctum Sanctorum, para un niño, la verdad, poco accesible, pero por ello mismo más inquietante... Devoré cientos de aquellas historietas y creo que fueron ellos, los superhéroes, los causantes de mi pasión posterior por la lectura, diccionario en mano todo el día de aquí para allá, con la cabeza hirviendo de fantasías y pendiente siempre de augurios y símbolos... Me deshice desgraciadamente de ellos, de la colección completa, cuando comencé a hacerme rockero, hacia los dieciséis o diecisiete años, vendiéndolos a precio de saldo en el Rastro y comprando a cambio discos de la Movida... Cuántas veces me he arrepentido luego de ello...

Vicente Muñoz Álvarez,
de Regresiones
(Lupercalia, 2015)


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