Este Book of Mutter, rebautizado con acierto aquí como Mi libro madre, mi libro monstruo (una frase de Kate Zambreno incluida en sus páginas), es un volumen que deja huella en el lector, sobre todo si ha sufrido una pérdida de ese calibre, como también es mi caso. Una obra que, durante años, Zambreno fue forjando en torno a su madre, y en la que utiliza materiales de otros escritores y artistas para exorcizar sus demonios, comprender el duelo e indagar en los vínculos entre el arte y la memoria.
En sus páginas se cruzan Henry Darger, Peter Handke, Virginia Woolf, Roland Barthes, Marguerite Duras e incluso Barbara Loden (de quien he visto Wanda esta semana, que fue su única película como directora y que me ha servido de aperitivo para meterme en la Vida de Barbara Loden que acaba de publicar Sexto Piso y del que hablaré otro día). Buena parte del mérito, no obstante, pertenece a sus traductores, Violeta Gil y Carlos Bueno, y a la edición exquisita de La Uña Rota. Por aquí van unas citas que, lo sé, no harán justicia al bocado que supone meterse en este libro de pérdidas:
Roland Barthes compartía piso con su madre. Después de su muerte, durante el traslado del cuerpo, se encuentra meditando sobre la ausencia. Ella invade su escritura sobre la fotografía: está en todas partes. Está en todas partes al no poder ser encontrada en ninguna.
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Leí en una biografía del artista visionario Henry Darger:
El hecho principal de su vida fue que su madre murió cuando él era joven.
El hecho principal de su vida.
El hecho principal de mi vida es que mi madre está muerta.
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La madre es nuestro lugar de origen. Y cuando desaparece nos quedamos sin hogar. Buscamos otras figuras maternas a las que seguir, como una Rut huérfana deambulando por tierras extrañas para encontrar una madre.
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¿Cómo prevenir el sentimiento que acompaña a un profundo duelo, registrarlo por escrito?
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Comencé a acercarme a la escritura para dar sentido a los distintos recuerdos y tiempos verbales de mi madre. Era, es, era… Lo contaminaba todo. Seguía intentando ponerla por escrito. Mi madre muerta conseguía colarse en todos los libros que había escrito. Yo seguía intentando borrarla de las páginas, transformarla en otras madres.
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Nunca recordamos los momentos en los que las fotografías fueron tomadas.
Pensamos que sí, pero no es verdad.
Las fotografías no reflejan la turbulencia que hay debajo.
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Yo también golpeo porque la violencia me asfixia.
Violencia como último recurso, cuando se carece de lenguaje.
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Quizá el duelo sea esto: la incapacidad de recuperar a una persona. Porque cuando esa persona está viva, siempre hay esperanza de poder acceder a ella, de conseguir que con el tiempo se muestre ante ti.
[La Uña Rota. Traducción de Carlos Bueno Vera y Violeta Gil]