La sentencia de muerte, de Maurice Blanchot

 

Privado de la morfina, el dolor utilizó sus recursos para imponerla de nuevo. J. no quería vivir a cualquier precio. Pensaba que era absurdo, e incluso ridículo, sufrir, si las cosas podían resolverse de otro modo. El estoicismo no le convencía en absoluto. Además estaba hecha una furia desde que le había retirado las inyecciones. Se comprobó entonces que no estaba realmente más enferma que antes. El médico estaba desconcertado. Resistió al principio, pero después de una escena en que J. le insultó, cedió a una exigencia tan imperiosa. Durante aquella escena J. le había dicho: “Si no me matáis, sois un asesino”. He visto, después, una frase análoga atribuida a Kafka. Su hermana, completamente incapaz de inventarla, me la repitió así y el médico la confirmó poco más o menos (recordaba que ella había dicho: “Si no me matáis, me estáis matando”).

**

Toda su persona exhalaba una gran impaciencia. Si al principio me sentí un poco ofendido por la sequedad de su recibimiento, aquel sentimiento se disipó pronto: comprendía demasiado bien la razón de aquella impaciencia, de aquella ansiedad, de aquel arranque de energía, con que esquivaba, con una viveza de la que cualquiera de nosotros era incapaz, los golpes que trataban de aniquilarla. Mientras nosotros nos movíamos torpemente, ella necesitaba moverse como el rayo para escapar a la inmovilidad definitiva, para salvar su último suspiro. Nunca la había visto tan viva, ni tan lúcida. Tal vez se encontraba en el último instante de la agonía, pero me pareció tan viva, aunque infinitamente oprimida por el sufrimiento, el agotamiento y la muerte, que de nuevo estaba persuadido de que, si ella no lo quería y si yo no lo quería, nunca nada daría cuenta de ella.

**

Aquellos acontecimientos fueron enormes y me mantuvieron ocupado todos los días. Pero, hoy están podridos, su historia está muerta y muertas también aquellas horas y aquella vida que entonces eran las mías. Lo que dice algo es el minuto presente y el que le seguirá. A todos los que abriga, la sombra del mundo de ayer agrada todavía, pero pronto será borrada. Y el mundo que llega cae como una avalancha sobre el recuerdo de antaño.   


[Editorial Pre-Textos. Traducción de Manuel Arranz]

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

*