El segundo título de Muñeca Infinita es esta novela de una escritora polaca que se crió en Canadá. Un libro sensacional y sorprendente. Una de esas historias repletas de capas y de pliegues en las que las apariencias engañan y donde a menudo no sabes si lo que te están contando es la verdad o sólo parte de la verdad o una verdad en mutación hacia la fantasía.
En el libro hay una narradora que nos relata su historia: aunque está casada y tiene hijos, se dedica a viajar por el mundo para encontrarse en distintas ciudades con su amante, un hombre que trabaja como espía para una Agencia. Dicho agente suele aparecer en los lugares acordados con disfraces que enmascaren su identidad. Por eso a ella le es difícil reconocerlo entre la gente. Aún más difícil resulta la manera de acordar una cita: utilizan códigos ocultos en revistas, e interpretan las palabras impresas mediante fórmulas matemáticas. Si él suele llevar disfraces inesperados y diferentes, ella utiliza siempre la misma indumentaria, como avanza el título: un vestido negro y un collar de perlas. La narradora recorre las calles buscando a ese hombre mientras trata de descifrar los códigos. A veces se confunde de persona. A menudo le sobra tiempo y pasea por las ciudades, entra en museos y en restaurantes, va y vuelve al hotel y, en general, intenta matar (o aprovechar) el tiempo.
De vez en cuando la narradora nos va soltando, como quien no quiere la cosa, datos significativos sobre su vida, sobre su pasado y sobre su enigmática conducta. Pero no conviene desvelar más para que el lector vaya descubriendo por sí mismo los matices, las pistas falsas, la poética que subyace bajo esta novela con trazas de espionaje… Como sucedía en los relatos de Julie Hayden publicados por Muñeca Infinita, basta con el inicio para saber que estamos ante algo distinto:
La noche llega como una sorpresa en el trópico. No hay crepúsculo ni preparación para la desaparición de la luz. En un momento hay que protegerse los ojos de un sol despiadado, y al siguiente parece que todas las formas se desvanecen en la noche negra. Estaba desvelada en Tikal. En cuanto oscureció, los perros parias se pusieron a ladrar y así continuaron toda la noche, hasta el primer rubor del alba, cuando cesaron tan bruscamente como habían comenzado. Aquella mañana, temprano, visité las ruinas. Estaba con un grupo de turistas fingiendo ser una más al tiempo que trataba de mantenerme al margen mientras, preparada, aguardaba una señal para apartarme de ellos. Escuché atentamente al guía autóctono, cuyo inglés era extraordinario. ¿Sería mi amante?
O veamos este otro pasaje que une el peso de la soledad y la cinefilia cuando ella entra en un cine:
Elegí The french connection. Dispersos a mi alrededor, uno o dos por cada fila, había hombres y mujeres solitarios aguardando el comienzo de la película. ¿Soy yo una de esas personas solitarias, me pregunté, algo sorprendida por la asociación pero teniendo que admitir que estaba en la misma situación que ellos, sentada en un cine oscuro a media tarde porque no tenía ningún motivo para estar en otro sitio? O, tal vez, estábamos todos tomándonos un descanso, un respiro, decretando una moratoria para cualquier cosa que supuestamente tuviéramos que hacer. Estábamos sentados erguidos, mirando al frente, nosotras con el bolso en el regazo, ellos con el abrigo bien doblado en el asiento vacío de al lado, esperando a que se apagaran las luces.
Con un estupendo prólogo de Sarah Weinman, prometo que Vestido negro y collar de perlas es una de las novelas más deslumbrantes de la temporada y seguramente de este año. Y la pregunta es: ¿por qué esta joya, publicada en los años 80 y premiada entonces en Toronto, ha tardado tanto tiempo en ser traducida en España?
Tres extractos más:
Estoy harta de tener que interpretar. Con todo, mi instinto me aconseja evitar los ultimátums. Ya he vivido derrotas de sobra como para buscarme más.
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Entonces lloré por todos los que han tenido que renunciar a la exigua felicidad que han vivido.
-¿Y ahora qué te pasa?
-Cada vez que estamos juntos pienso que puede ser la última vez.
Intentó consolarme.
-La felicidad –dijo– son los recuerdos.
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-No debería llorar en público –le dije.
-Es el único lugar seguro para llorar.
-Además de humillarse a sí misma, está violentando a los demás.
-Usted cree eso porque está enamorada. Sí sí, la he calado. A un enamorado le cuesta pensar en las lágrimas. Si alguien es, como lo soy yo, dado a llorar, le resulta más fácil llorar en compañía de alguien que es feliz.
[Muñeca Infinita. Traducción de Vanesa García Cazorla]