En noviembre de 2021, es decir, hace sólo unos meses, tuvimos noticia de una nueva editorial con sede en Madrid: Muñeca Infinita. Aquí vamos a hablar de los dos primeros títulos, dos de las grandes sorpresas de la temporada. Son esa clase de libros olvidados, por fin traducidos en España, que por derecho propio deberían encabezar las listas de lo mejor del año que introducen tantos suplementos culturales… si no fuera porque la mayoría de esas listas suelen estar amañadas (sí, tienen sus estrategias para hacerlo). Muñeca Infinita se propone rescatar, principalmente, esas voces memorialísticas que logran el milagro de cruzar la ficción con la autobiografía.
El primer título es Las listas del pasado, un conjunto de cuentos de la norteamericana Julie Hayden (1939 – 1981). El segundo, la novela Vestido negro y collar de perlas, de la autora Helen Weinzweig (1915 – 2010), nacida en Polonia pero pronto afincada en Canadá. He leído los dos y hoy me ocuparé del primero.
La historia de Julie Hayden es, sin duda, rara y conmovedora. Durante años trabajó en The New Yorker, donde fue publicando sus relatos y se relacionaba con gente del calibre de E. B. White y William Maxwell. Julie era hija de una poeta galardonada con el Premio Pulitzer, Phyllis McGinley, y de “un analista de relaciones públicas de Bell Telephone”, Bill Hayden, a quien dedicó su único libro. Durante su infancia, y según desveló su hermana, fue una niña atemorizada por todo. En su juventud se obsesionó con los pájaros, las plantas, la naturaleza: pruebas de esa obsesión son rastreables en los relatos.
A mediados de los 70, Hayden publicó la recopilación de sus cuentos. A partir de ahí entró en ese ciclo de mala suerte en el que a alguien le vienen mal dadas y todas juntas. Arrastraba el tormento del alcoholismo. Seguía afectada por sus innumerables fobias. Le diagnosticaron un cáncer de mama, pero se negó a someterse a la quimioterapia. Al parecer empezó a ducharse sólo ocasionalmente y su aspecto físico se fue deteriorando. Murió a los 42 años.
Si el lector quiere averiguar más datos, casi todos están contenidos en el prólogo de apertura del volumen, a cargo de la escritora S. Kirk Walsh.
Muchos años después de su fallecimiento su libro estaba descatalogado y algunas pocas copias de segunda mano se vendían por ahí a precios prohibitivos. Hasta que, en marzo de 2010, Lorrie Moore leyó uno de los más célebres relatos en un podcast del New Yorker. Walsh escuchó el programa durante un viaje en coche con su marido y se apasionó por aquella autora olvidada. Después de leer aquel libro deslumbrante, escribió una pieza para Los Ángeles Review of Books, que es el prólogo incluido en el volumen publicado. Cheryl Strayed, la celebrada autora de Salvaje, leyó el artículo de Walsh y eligió Las listas del pasado para una editorial que le había pedido reeditar alguno de esos libros agotados e imposibles de encontrar.
Así que hay una línea de rescate que empieza en Lorrie Moore, continúa en S. Kirk Walsh y acaba en Cheryl Strayed. Un homenaje triple de tres autoras que gozan de respeto y de una sólida trayectoria.
Pero vamos con Las listas del pasado. Se divide en dos partes.
La primera se titula “Vidas breves” y contiene 6 cuentos. Sobre ellos planea la sombra de la crudeza de las ciudades, las maravillas que podemos encontrar en la naturaleza, la soledad de quienes no se han casado, el ocaso de quienes enferman y van muriendo mientras los invitados entran y salen de sus casas… (como en “Las visitas”, un relato en el que se cruzan varios personajes y donde la escritora dice que […] no hay nada artístico en la muerte, que es el final de todos los cuentos).
En “Paseo con Charlie”, una mujer camina por ahí con su sobrino. La frase de inicio ya nos indica que estamos ante una escritora especial: De la mano y muy correctamente, Charlie y yo cruzamos la Quinta Avenida como si fuera agua. Más adelante notamos cierto desequilibrio en ella cuando afirma: No puedo recordar adónde me dijeron que fuera o qué teníamos que hacer.
En el titulado “En palabras de” nos relata el paseo por el campo de un hombre (al que despidieron de su trabajo y que ahora se dedica a pintar) y la mujer con la que mantuvo una relación. Ese hombre se siente demasiado viejo para salir a buscar otro empleo. Lo ha perdido casi todo: Necesito mi trabajo. Necesito a mi familia. El dominio de la autora respecto a los nombres de las aves y de las plantas se detecta en el cuento, también en otros como “Leña” y “Una pizca de naturaleza”.
Quizá el mejor de todos sea “Ratas bebé de un día de vida”, la narración escogida por Lorrie Moore, que expresa el dolor de una mujer que camina por la ciudad, bebe alcohol de una petaca, entra en una iglesia para hablar con alguien… La ciudad parece acechar su soledad, su confusión, su vida a la deriva. Veamos este párrafo:
Ya es hora de dirigirse a la parte alta de la ciudad, tomándoselo con calma y obedeciendo los semáforos. El sol ya se ha puesto, dejando una mancha en el oeste. El escaparate de una tienda acepta con una sonrisa su reflejo: una mujer delgada en su abrigo blando, con grandes gafas negras, cerca de la mitad de su vida, perpleja porque los años pasaron tan rápido y los días tan despacio. Y algún día, vieja.
La segunda parte también agrupa 6 cuentos y se titula “Las listas del pasado”. Aquí encontramos vínculos entre los relatos: todos atañen a la familia de un abuelo que se va deteriorando, que va a enfermar y ser ingresado en el hospital antes de morir y que sólo pide que su familia le cuide su jardín, al que ha dedicado tanto tiempo y atenciones. Es un hombre que elabora listas de tareas pendientes, de objetos y alimentos que comprar. Incluso cuando el fin se aproxima, él sigue empeñado en elaborar listas de cosas que tiene que hacer. El patriarca camina por el hospital en “Paseo nocturno con los ojos cerrados”:
En el ojo de la tormenta, yo descanso. Estoy empeorando, estoy mejorando. ¿Cómo era la vida? No importa. Todo está bajo control, no hacen falta las listas, las enfermeras traen bandejas, el doctor se asoma y responde las preguntas al menos una vez al día. […] El cuerpo se perturba: duele en alguna parte por dentro, ¿tripas?, ¿pulmones”, ¿hígado?
Los relatos de esta segunda parte van haciendo mella en el lector por la capacidad de Hayden para mostrarnos la tenue línea entre la salud y la enfermedad, la vida y la muerte, como en el último, "Inclemencias del tiempo", cuando Cuerpo y Alma se separan. Leyéndonos, uno va recordando sus propias historias de pérdidas, los deterioros familiares a los que ha tenido que asistir. Y por eso es grande una autora como Hayden: por su capacidad de convertir en universal sus historias cotidianas, de hombres y mujeres que pasean y cuidan jardines y entierran a sus mascotas con sus propias manos.
Se ha comparado a Hayden con varias autoras contemporáneas. Quizá la similitud más acertada sea con Mary Robison, que aquí publicaron Alba Editorial y Malas Tierras: ambas tienen la misma habilidad para solapar distintas voces, para introducir pinceladas que uno no se espera y que a menudo te obligan a releer un párrafo, para la narración sin explicaciones, para esas elipsis que empujan a descifrar qué ha pasado antes y después, para esos saltos temporales que te pillan desprevenido.
[Muñeca Infinita. Traducción de Inés Garland]