La cosa es que todos mis héroes eran yonquis. Lenny Bruce, Keith Richards, William J. Burroughs, Miles Davis, Hubert Selby Jr. Esos tíos molaban. Estaban comprometidos. No habrían hecho un episodio de ALF ni a punta de pistola.
Cómo acabé ocupando un puesto con un sueldo tan alto y un prestigio tan bajo es, en sí, la confirmación de una teoría personal por la que toda mi vida adulta es un error prolongado.
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Los bares solo me gustan por la mañana. Locales que abren a las seis para cuidar de las multitudes que desayunan un chupito de whisky y una cerveza, y para sosegar a gente como yo. El conocimiento cálido y mullido de que, esparcidas a lo largo y ancho del nocivo paisaje, hay legiones de personas incapaces de sobrevivir al día sin alguna clase de bendito refrigerio que te pudra el alma.
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Este es el secretito de Hollywood. Esto no va de hacer películas. ¿Estáis de coña? Olvidaos de esa mierda de la Fábrica de Sueños. Esto va de fabricar frustraciones. De estrellas de cine emperifolladas que hacen que la población de Villabasura se sienta como la mierda. De gente en despachos que hace que las personas que no tienen uno ladren como perros. Todos generan su cuota diaria de desesperanza. Eso es lo que cuenta. Y las fábricas siempre funcionan a todo trapo.
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Yo no era del equipo. Yo era el más despreciable de los intrusos: el freelance. Por cómo está montado el negocio de la televisión, en todas las series es obligatorio subcontratar dos episodios por temporada a gente de fuera. Un rollo del gremio de guionistas.
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La dinámica de la escritura de guiones televisivos está diseñada para mantener la creatividad al mínimo. Cuando ves una serie de televisión, los personajes suenan igual una semana tras otra. Por eso las ves. O por eso no. Cuando te contratan, los productores quieren asegurarse de que lo que escribas sea una continuidad sin fisuras de lo que se haya escrito antes de que llegaras. Una serie de verdadero éxito debería sonar como si una única alma se hubiese ocupado de escribir todas y cada una de las sílabas.
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Lo que pienso es esto: si tuviste el coraje para vivir lo que viviste, deberías tener el coraje para escribirlo.
A no ser que escribir sea más duro que la vida. Algo que, de ser así, hace la tarea aún más necesaria. Como tengo miedo, no debo parar.
La verdad es escalofriantemente simple. Estoy harto de la locura que me vuelve loco. Y, si voy a arder en el infierno, que así sea. Es un lugar en el que ya he estado.
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Quizás fue el mismo día. Quizás fue al día siguiente. Ni siquiera había llegado al catre. Me desplomé en una silla y desperté con los ojos abiertos. Cuando no eres nada, cuando no tienes obligación de ir a ninguna parte, puedes vivir así. Puedes dormirte y despertar sin saber si han pasado diez minutos o diez días. La piedra de jaco casi se me había acabado, pero eso no suponía ningún problema. Me lo tomaría con calma. Me daría un paseo hasta el 7-Eleven de Pico Boulevard, pillaría una barrita Tiger’s Milk. Agua. Se podía vivir solo con eso. En realidad, no te hacía falta comida si tenías droga.
[Malas Tierras. Traducción de Ce Santiago]